Como todas las redadas y las apariciones estelares de la policía en can Convergència, casualmente acontecidas a las puertas de una demostración de fuerza del independentismo, la operación Pika tiene un doble objetivo. Primero, como manifiesta particularmente la figura de Sixte Cambra, inyectar miedo en el entorno terceraviísta de Artur Mas ante la convocatoria del referéndum para que el antiguo president se acabe enfrentando a los defensores de la unilateralidad y así Convergència vuelva al camino del seny, que para los españoles siempre pasa por quedarse en España. Y segundo, que el independentismo se resquebraje en la discusión perversa entre la corrupción y la democracia, a saber, entre tener que apostar por la depuración de las corruptelas del centroderecha catalán como paso previo (e irrealizable utopía moral) a la consecución de la república. El argumento de los españoles para evitar la independencia, ya lo sabéis, será recordarnos que existen chorizos muy catalanes.

Desconozco si la presión contra el entorno de Mas funcionará o no, pero que el antiguo presidente vaya recordando que volvería a hacer el 9-N e insistiendo en que la consulta se configuró acorde con la más estricta legalidad española nos acerca todavía a la complacencia autonomista, una dialéctica cobarde que protesta mucho por las inhabilitaciones pero que, en el fondo, se siente muy cómoda lloriqueando para no enmendarse el propio pavor. A mí, personalmente, me interesaría mucho que Mas y sus consellers dijesen que no, que no volverían a hacer un 9-N porque la pretensión de urdir una independencia legal no es sólo una quimera española sino también una quimera catalana. Por mucho séquito y mucha sociedad civil que acompañe al antiguo president al tribunal, si Mas continua defendiéndose apelando al estado de derecho español para salvarse de la inhabilitación y especular con un retorno a la política autonómica, sinceramente, no veo en qué hemos ganado algo, más allá de excitar al respetable. 

La corrupción siempre será el anzuelo con el que los españoles intentarán confundir a la masa soberanista para que Colau y los cuperos acaben haciendo estallar el procés con la excusa de acabar con la derecha y limpiar el país de ladrones. La policía española, en un acto de pura virtualidad, ya casi no necesita ni detener a ciertos sospechosos por corrupción, porque los periódicos madrileños ya realizan el curro por ella. Podemos criticar tanto como queramos a los fiscales afinados y la connivencia de los jueces y directores de periódico, pero mientras Mas y los suyos no apuesten radicalmente por abandonar el autonomismo al precio que sea, continuaremos formando parte de la dinámica española por voluntad propia.