La obsesión del soberanismo por incluir a los comuns en el referéndum de autodeterminación explica mucho más los miedos y los complejos de Junts pel Sí a la hora de sacar adelante la votación que no el deseo persistente de eso que la cursilería processista llama ampliar la base. Nuestros líderes olvidan a menudo que si el referéndum es la idea más clara y distinta para saber la opinión de los catalanes sobre la independencia es justamente porque la votación supera la lógica tradicional de los partidos autonomistas. De la misma manera que la mayoría de activos independentistas se han visto superados por una votación que no se incluía en la hoja de ruta del 27-S y que han acabado aceptado por la presión de los ciudadanos que no querían ser esclavos de su dialéctica misérrima de intereses, el electorado de los comuns no esperará nada parecido al permiso de sus líderes para apoyar una votación.

De hecho, la mejor forma de obligar a Colau, Domènech y a todos los herederos de la puta y de la ramoneta a significarse por el referéndum es, simplemente, hacerlo de una vez. Como ya pasó el 9-N, la hiperalcaldesa de Barcelona no podrá dejar de secundar con su voto una movilización ciudadana rupturista, a no ser que quiera caer en el lenguaje de la casta y apoyar así a la policía española. Los líderes tienen que entender, y perdonad la insistencia, que el referéndum es bueno porque limita su autoridad y la de las cúpulas de sus partidos. Desde hace tiempo, incluso PP y Ciudadanos ya tienen la mitad de sus electores dando apoyo a un referéndum pactado, lo cual ejemplariza por enésima vez que la gente ya no está para hostias cuando le toca ejercer su voto y que unas élites de partido formadas por una decena de personas no les dirán qué tienen que hacer cuando su Parlament los llama a las urnas, si lo hace de veras.

No creo que exista ni un solo votante de Ada Colau que renuncie a hacerse escuchar si la administración catalana lo convoca a las urnas

Podemos pasarnos días y artículos reprobando la posición de una izquierda como la de los comuns, que se dice rupturista en cuestiones como el déficit bancario europeo o la independencia de las dunas del Sáhara, mientras contra España mantiene posiciones de un legalismo pactista digno del PSC de toda la vida. Pero eso es lo de menos, porque el referéndum no apela a los políticos, sino a los electores. En este sentido, más allá de poner fecha y pregunta, sería importantísimo que la Generalitat convocara la votación desde la más estricta neutralidad institucional, con un presupuesto para la campaña del y la del no y con una consiguiente distribución de espacios electorales y debates abiertos a la ciudadanía, a fin de que todo el mundo pueda explicar la orientación de su voto de forma libre. No creo que exista ni un solo votante de Ada Colau que renuncie a hacerse escuchar si la administración catalana lo convoca a las urnas.

Los comuns van y vuelven como una de las excusas predilectas del soberanismo con tal de no moverse de la indefinición. Afortunadamente, y así lo espero, la ciudadanía superará todas estas ambigüedades presionando a fin de que se la consulte. Porque los electores, en este referéndum y en todos, no son el problema, sino la solución.