De entre todas las iniciativas culturales barcelonesas, la Noche de los Museos es sin duda la más repulsiva y espantosa. Más de la mitad de catalanes no ha entrado en una sala de arte en su puñetera vida y así también la mayoría de barceloneses, a pesar de su persistente esnobismo, a pesar de la afectación de los barceloneses acicalados que ven los cementerios de acuarelas como un elemento decorativo más de la ciudad mientras se quejan de los precios abusivos para acceder, aunque esta sea precisamente la excusa perfecta que los salva, mientras, no obstante, pagan entradas cuatro o cinco veces más caras para hacerse ver en el MOMA y explicarlo a los sobrinos. Pero no, hay una noche mágica que transforma el iletrado en diletante, una noche en la que doscientas mil personas no sólo visitan uno, sino dos o tres museos en una procesión animal, por el simple hecho de ahorrarse la taquilla.

Da igual que, de noche, los museos tengan que alimentarse (todavía más) de luz artificial, lo cual dificulta una visión adecuada de la mayoría de obras de arte de la tradición occidental, tanto es que pasear por un museo entre una mandada de visitantes con la rebequita, hilera musulmana de Auschwitz, implique ver muchas más cabezas y nalgas que cuadros o fotografías, porque la horripilante avaricia de los barceloneses, la persistente y militantísima racanería con la cual los barceloneses se niegan a pagar las infraestructuras que acogen las obras de arte lo podrá todo. Y así de nuevo, otro año inexorablemente, los barceloneses podrán ahorrarse veinte o treinta euros y caminar contentísimos por los museos, que en vez de expulsarlos, todavía les organizarán un picoteo o amenizarán su moribundo paseo con algún grupo de jazz, pobrecitos músicos míos.

Y así de nuevo, otro año inexorablemente, los barceloneses podrán ahorrarse veinte o treinta euros y caminar contentísimos por los museos

Sólo hay que repasar la retórica cursi con la que el Ayuntamiento nos engasta la cosa tremebunda en cuestión: "Sales il·luminades. Gent. Veure les col·leccions quan a fora és negra nit o sentir un concert, veure un espectacle… Trobar-te’ls allà aquesta nit, els amics. Anar-hi sol o en família, amb bus, amb bici, a peu… Capgirar el rellotge, la rutina…". Cuando una administración comunica su política cultural con frases coronadas por adolescentes puntos suspensivos es que ya hemos traspasado la barbarie y hemos entrado en el chabacanismo institucional. Los puntos suspensivos, aceptables para acabar WhatsApps y así poner caliente a la matrona, son el mal encarnado en sintaxis. Salas iluminadas. Gente. Qué cosa más sórdida, complementada of course por su consecuente (y no publicitado) presupuesto, que tendremos que reconvertir rápidamente en la moneda Mejide, previo uso de la calculadora del fraude.

Vivimos de políticas culturales nocturnas, cuando de noche lo más cultural que uno puede es intentar olvidar el día y soplarse un Old Fashioned. Que vayan en mandada a los museos, por desgracia, y si mañana y pasado mañana y el otro no vuelven nunca más es igual, que nosotros ya hemos cumplido con la mandanga anual. Salas iluminadas. Museos abiertos a todo el mundo. Gente. El mal, encarnado.