España no ha tenido nunca una presidenta del gobierno (hembra) y, si vamos al detalle, tampoco ha tenido una presidenta del gobierno (hembra) andaluza. De momento, y a falta de noticia, España es especialista en ser presidida por machos, machos de todas las regiones posibles, macho de ciudades con noches infinitas como Sevilla, machos que hacen miles de abdominales para tener la barriga como la cuadrícula del Eixample, machos que fumaban puros mientras los sicarios torturaban etarras en el inframundo en un subsuelo de bombilla a medio fundir e incluso algún macho que tuvo la osadía de ser catalán, el nombre del cual hace daño de recordar. En tiempo de democracia, como sabía perfectamente Carme(n) Chacón en-paz-descanse, ni hembras ni catalanes. De hecho, en el futuro, previsiblemente, si se quiere pintar alguna cosa en la capital del reino, será mucho mejor ser mujer que catalana.

Eso también lo debe saber perfectamente el señor Zetapé, apoyaré y etcétera, cuando dice que la señora Susana Díaz despierta ciertos recelos en Catalunya a causa de su condición sexual y nacional. Zetapé no debe recordar cuando la presidenta andaluza acusó a los independentistas de querer robar el dinero que los ciudadanos de su bello país pagaban a La Caixa en forma de hipotecas y de intereses de préstamo, pero ya sabemos que el pobre chico da para lo que da. Lo más interesante de eso, como siempre, es ver la reacción de la tribu, que ha esprintado argumentalmente para recordarle a Zetapé que somos multicultis a saco paco, pues hemos tenido un presidente nacido en Iznájar y ahora lucimos con mucho gusto una jefa de la oposición que está bien rebuena, de Jerez de la Frontera. Como siempre, ante el ataque injustificado, la tribu reacciona recordando al mundo cruel lo inclusivos y simpáticos que somos. Cataluña, tierra de acogida.

En vez de lucirnos como un crisol de cultura ibérica, sería mucho más oportuno recordarle a Zetapé que nosotros somos una gente muy curiosa que le da igual si alguien es del sur o del norte

En vez de lucirnos como un crisol de cultura ibérica, sería mucho más oportuno recordarle a Zetapé que nosotros somos una gente muy curiosa que le da igual si alguien es del sur o del norte, que un presidente de Iznájar y una jefa de la oposición jerezana, para nosotros, son automáticamente catalanes si viven aquí, si trabajan de sol a sol y, sobre todo, si les sale de los santos cojones u ovarios sentirse de aquí. Y habría que recordar a todo dios, también a la tribu en general, que el proyecto político de la señora Susana nos parece tan utópico e impostor como la ilusión de una España nación-de-naciones del pobre Pedro Sánchez, aunque una sea hembra y el otro un metrosexual. Ni éramos más tolerantes cuando le regalamos veinticinco diputados como veinticinco longanizas a la desdichada Carme(n) Chacón, ni somos más intolerantes por reprobar una política a quien le gustaría autonomizarnos eternamente.

Hasta hace bien poco tiempo, la mejor forma de desautorizar a un político catalán era simplemente acusarlo de independentista y, por lo tanto, de violento. A medida que la separación de España se ha instaurado en el centro de la política catalana, es palmario comprobar los intentos de los políticos españoles de subsumir a los independentistas bajo el telón de fondo del machismo o del racismo. Como miembro de la alt-right catalana, sé de qué hablo. Cuando no se quiere discutir de nada en profundidad, lo mejor es decirle al otro que está en contra de las tías, y más si vienen de fuera. Este es el nivel de Zetapé, que –desdichadamente– copia punto por punto la ortodoxia progre catalana.