Como siempre desde ya hace bastante de tiempo, la CUP ha acertado mucho y mucho disparando el debate sobre la presencia del rey Felipe VI de Borbón en la mani de repulsa a los atentados de La Rambla del próximo sábado. Vivimos en un tiempo de sacudidas constantes, y el mismo ataque lo certifica, pero la nuestra también es una época de liberación en que muchas de las cosas que antes se nos servían sin discusión se ponen ahora entre paréntesis: hace lustros, nadie habría discutido la presencia del Rey de España en una procesión como la del sábado, pero ahora –manifestadas las conexiones de la monarquía con regímenes que subvencionan o toleran el terrorismo yihadista– la asistencia del jefe de estado a Barcelona no solo se cuestiona sino que se puede repudiar sin ambages. Como os escribía hace días, cuando la gente no tiene miedo empieza también a deshacerse de prejuicios castradores ancestrales.

 

Reyes aparte, resulta del todo oportuno que la mani la encabece una representación de los Mossos: la policía ha liderado excelentemente la captura de los responsables de la tragedia ramblera y personifica como ninguna otra cosa la progresiva normalidad del soberanismo catalán, porque no hay ningún proyecto de estado que no tenga un vínculo afectivo firme con las fuerzas que garantizan el orden (es sintomática la queja de algunos sindicatos policiales españoles protestando por la presencia manifiesta de los Mossos durante los ataques que daba a entender en el mundo una Catalunya-casi-estado). Curiosidades de la vida, la reacción policial a los atentados de Barcelona han hecho que el mayor Trapero haya pasado de ser el guitarrista ocasional del Let it be en casa de Pilar Rahola a un referente de la patria: este ascenso meteórico del mayor a héroe tampoco es producto exclusivo de su excelente liderazgo.

 

El hecho de que los servicios de emergencia y los auxiliares sanitarios también tengan un papel predominante en la mani forma parte de esta idéntica toma de conciencia: hace bien poco tiempo, era un motivo de escarnio muy tópico poner la excelencia de nuestro sistema sanitario entre paréntesis, pero la rapidísima reacción al ataque de La Rambla (que sería la envidia de cualquier ciudad del mundo) ha reconciliado la población con un sector esencial de la cosa pública del que uno se burlaba por simple parsimonia. En todo este contexto, es lógico que Felipe VI piense si tiene que venir el sábado a Barcelona: el Monarca es de todo menos estúpido y en sus frecuentadas visitas a la capital ha visto perfectamente cómo la benignidad que suponía la institución borbónica en Catalunya ha ido desapareciendo. Durante los atentados de Barcelona, el rey no solo hacía cara de circunstancia por lo que había ocurrido en La Rambla.

 

Una vez más, insisto, la CUP ha marcado el camino. Borbón, esta vez, se lo tendrá que mirar por la tele, donde todo el mundo podrá contemplar de bien cerca –como si olieran la Rosa de Foc– nuestras bellas policías y nuestros hermosísimos enfermeros. La estética no nos pierde: nos enaltece y nos hace inmortales.