En un país en el que nadie la caga ni enmienda sus errores, es bueno recordar que una gran parte del independentismo (y un servidor de ustedes) compró ayer mismo erróneamente el rumor del universo Twitter según el cual el procés se cerraría con unas elecciones autonómicas. Hay que decir que los indicativos —entre los cuales había deserciones de activos jóvenes importantes en can Convergència— no eran menores, ni una pura especulación: sabíamos que el soberanismo moderado se afanaba por aparcar la declaración de independencia, que por primera vez en años se hablaba de intermediarios entre el Govern y el Club 155 y, finalmente, que el president Puigdemont había considerado unos comicios que acabó aceptando porque, como relató en su enigmático discurso, implicarían una cierta violencia. Sea como sea, nuestra inflamación fue errónea, y es bueno dejarlo escrito.

Nuevamente, y viene siendo habitual en este mobilis in mobili en el que a menudo se encarna el procés, no nos hemos movido mucho de donde estábamos. Ante la más que segura aplicación del 155, el Molt Honorable 130 ha querido que sea el Parlament quien afronte la declaración de independencia y que lo perpetre con el voto particular de todos los 72 diputados por el , si es que se da el caso, lo cual es especialmente oportuno con algunos miembros de su propio partido. La nocturna deserción de Santi Vila, y en las próximas horas pueden venir más, certifica que el president va de veras con la declaración, o así lo piensa su núcleo íntimo. De esta manera, Puigdemont ya no gana tiempo, porque tiempo cada día queda menos, sino que subordina la declaración de independencia a la brutalidad del gobierno del PP en la aplicación radical del legalismo español y se pone así a disposición de sus cautivos.

A nadie se le escapa que, si la declaración de mañana se hace efectiva, el president y el Govern serán probablemente detenidos y encarcelados, si es que los ciudadanos no inician una respuesta no violenta de resistencia rodeando todas las conselleries del Govern o el mismo Parlament. Me dicen que la administración catalana no ha diseñado una estrategia para lo que está a punto de venir, como sí que hizo —y de aquí el éxito— en la organización del 1-O. Si la declaración sale adelante, la presión ciudadana será fundamental en la protección de las instituciones. Si alguna cosa nos mostró el referéndum es que si los líderes son valientes la gente responde. Si de alguna cosa tiene que servir la mañana de elecciones de ayer es para ver cuál será la rabia de muchos independentistas si sus políticos no juegan la partida a fondo. Si mañana sus señorías hacen el trabajo, quizás las calles empezarán a ser nuestras. Ya tocaba.