Después de un pleno que ha alcanzado exasperantemente el autonomismo, con su consiguiente fijación en procedimientos y enmiendas de absurda burocracia, después de un pleno en que muchos de nuestros diputados parecían de aquellos funcionarios a quien les encanta ver como te falta el libro de familia cuando vas a hacer una gestión a Hacienda, hacían falta las firmas, hacían falta las firmas de un gobierno que diera la cara por su pueblo; había que ver la firma del president Puigdemont, rectilínea como las barras perpendiculares de una gráfica científica, también había que repasar la firma del vicepresidente Junqueras, barroca como un espermatozoo que se pierde en el infinito, pero sobre todo había que tocar de cerca las firmas de un grupo de consellers y de conselleres que por fin han demostrado que no temen nada y que quieren dar la cara. El pleno del Parlament era el antiguo régimen: las firmas, el Nuevo Testamento.

El Muy Honorable ha firmado el documento con un bolígrafo de la ONCE, donde dice "el día de la ilusión", el vicepresident con un bolic BIC azul de toda la vida: "BIC naranja escribe fino, BIC cristal escribe normal", recordamos los más veteranos. Cuando Junqueras sale de la sala donde se ha firmado la gesta, le digo en broma que guarde el bolígrafo y que lo ponga a la venta en Amazon, donde todavía hará algún dinero. El vicepresident ríe, a pesar de la fatiga, como así se ríen la mayoría de diputados por el sí (de hecho, por el sí y para que también votes que no, si te da la gana), presos de una euforia que me parece más que honesta. Todos los consellers han firmado, pero también han firmado todos los diputados que han aprobado la ley del Referéndum, colegiando así una decisión que no sólo tenía que ser del presidente o de uno u otro partido político, sino de todos los diputados que te lo prometieron y que ahora lo tienen que defender con uñas y dientes.

La fotografía de las firmas marca el primer paso de la desobediencia civil, que para ser tal tiene que asumir no sólo el hecho de escarnecer la norma, sino también el posible castigo que comporta. Mientras paseo por el Parlament, recuerdo con cierta ilusión cuando, hace sólo unos pocos meses, a unos cuantos opinadores del país nos acusaban de pueriles y de locos cuando defendíamos la votación que ayer aprobó el Parlament. Ahora repaso estas firmas y pienso que no solo hemos ganado los que lo defendíamos, sino que ha ganado todo el mundo que podrá ir a votar el próximo 1-O. Estas firmas no son nada más que el primer paso de un camino que exigirá resistencia y persistencia, que no se acaba ayer ni hoy en el Parlament, ya que exigirá la determinación del Govern al defender una rúbrica que es sobre todo un contrato social con la gente. Si queremos ser un país normal, las firmas son compromisos.

Firmar un documento es un acto prácticamente automático, que da miedo de cómo es a menudo de inconsciente. Pero estas firmas de ayer son especiales, y yo hoy me entretendré muchas horas, todavía, en repasar su trazo, al escribir de nuevo la línea fina que separa el ir tirando del heroísmo.