Cuando oigo hablar a Xavier Trias acostumbro a pensar, automáticamente y por contraste, en aquellos escritores europeos de los años cuarenta que animaban a su bando a destrozar el contrario mientras intentaban hacerse pasar por buenas personas. Con el todavía líder del PDeCAT en Barcelona la cosa es justo la contraria: Trias es uno de esos hombres que, en pleno campo de batalla, todavía se exclama del hecho de que caigan proyectiles y mueran niños. Hay una frontera muy fina entre ser ingenuo y estar en las nubes y, viendo Trias comparecer en la comisión sobre la Operación Catalunya, lamentando la inventiva de Fernández Díaz y de sus lacayos con respecto a las inexistentes cuentas bancarias en Suiza, pensaba lo admirable que es que un hombre como el antiguo alcalde de Barcelona, con más de cuarenta años de servicio y residencias en el Congreso incluidas, todavía no entienda qué es España y todo aquello que sus agentes en la sombra estarán dispuestos a hacer con el fin de preservar la unidad.

Joan Sales nos enseñó que las guerras acostumbran a tener una sola utilidad, separar el grano de la paja y hacer emerger el heroísmo de los valientes por contraste a la crueldad de los malvados. En los conflictos políticos siempre hay gente que se mira las cosas desde una superficie buenista, y es así como –después de las innegables putadas que le han hecho los españoles– el pobre Trias todavía va diciendo que perdonaría a Jorge Fernández si se lo pidiera, porque los dos son buenos católicos. El moralismo del antiguo alcalde y esta tendencia a hacerse el sordo sobre lo que realmente es España es bastante prototípica de aquellos socialdemócratas inofensivos que sólo se imponen cuando el otro va a la baja. Así ganó la alcaldía este doctor criado en la moral pujolista y así pasó por el Ayuntamiento de la capital sin mucha cosa importante a dejar. Cuando llegó alguien con más vanidad, el experimento se acabó.

Que Trias todavía se escandalice del juego sucio del PP (a quien le conviene mucho más, como es evidente, una alcaldía con Colau que una ciudad dirigida por un independentista forzudo) resulta una broma de mal gusto.

Trias es honesto cuando dice que las imputaciones sobre su dinero en Suiza no fueron el único factor que le hizo perder la alcaldía, pero tendría que ir más a fondo para entender que si se alejó del poder en Barcelona es por esta habitual tibiez suya con los asuntos. Ahora dice que lo cascaron por su implicación con la independencia y por urdir sin complejos un proyecto que tenía como eje la capital de un estado, pero todos sabemos que las cosas no fueron así, y que el antiguo alcalde prefirió presentarse en campaña como una figura de orden contra el desenfreno colauero y no como alguien que quería liderar de verdad una ciudad capital. Que, después de todo lo que ha llovido, Trias todavía se escandalice del juego sucio del PP (a quien le conviene mucho más, como es evidente, una alcaldía con Colau que una ciudad dirigida por un independentista forzudo) resulta una broma de mal gusto.

Si Trias hubiera jugado la carta de la independencia sin complejos quizás habría perdido igualmente la alcaldía, pero eso no le habría librado de ser objetivo de la guerra sucia del PP y –después de ir a fondo– habría podido defender su causa con más heroísmo y sin hacer el llorica. Jünger decía que la guerra siempre acaba siendo una experiencia interior que se justifica porque transforma a hombres corrientes en héroes crueles. Trias siempre opta por ver pasar a los valientes, admirándose todavía del poder destructor de las bombas. Sí, Xavier, en la guerra las buenas personas, incluso los católicos, acaban tirando bombas. Ve esperando que te pidan perdón, venga.