Bien, supongo que ya me he desahogado suficiente. Si tenemos que ser honestos, desde la no aplicación del 1-O llevo escribiéndoos el mismo artículo con formas artificiosamente distintas. Ya he explicado manta vez por qué creo que nos han tomado el pelo y como el catalanismo ha claudicado (por enésima vez) ante la simple amenaza violenta de la policía española y de las porras que habíais vencido y ridiculizado el día de un referéndum que deslumbró al mundo entero. Todo eso ya está dicho, incluida la burla de las velitas de los cojones o el cachondeo este de las sonrisas, y no hace falta insistir más porque, por desgracia, yo puedo llegar a pensar en que mis líderes han sido poco previsores, que han jugado con las ilusiones del pueblo para acabar abandonándolo e incluso que son un grupo de enclenques, sin embargo —en resumidas cuentas— son mis cobardes, mis desinformados y, al fin y al cabo, los políticos que intentan representarme tan bien como pueden. Tenemos lo que tenemos, Bernat, y con eso tenemos que ir tirando por el camino.

Quizás porque llevo días enfadado ya he decidido que votaré al partido independentista más airado y combativo, que es a su vez el único que habla a los electores de unilateralidad como si fueran personas adultas. ¡Ya lo veis, a mi edad y regalando una papeleta a los comunistas! Por curiosidad, he empezado a leer su programa electoral y un poco más y me coge un espasmo. No dan ni una, pobrecitos míos: "La banca pública tiene que ser una banca ética", dicen, confundiendo la economía con la moralidad, dos universos alérgicos gracias a este gran invento de la ciencia denominado capitalismo. ¡Nacionalizar el transporte, nacionalizar el comercio, nacionalizar los tomates, si hace falta! Yo que siempre he querido tener un Estado para abandonar la nación y reafirmar la soberanía del individuo, aquello más sagrado del mundo. Pero mira, tú, si no fuera por ellos, todavía estaríamos pidiendo el pacto fiscal...

Entiendo que haya que rentabilizar la injusticia tanto como se pueda, pero diría que eso sólo reafirma a los ya convencidos: la táctica reactiva nunca ha sido buena para el independentismo

Bien, ya se me ha pasado. Respiro hondo y venga, a ganar las elecciones estas del Rajoy, porque —en eso tienen razón los procesistas— si no tenemos una mayoría en el Parlament todavía nos darán más por saco de lo que ya lo harán los próximos años (eso lo pienso a medias, de hecho: tener la Arrimadas de presidenta nos permitiría hacer un Montilla-bis y quizás no sería tan mala noticia para el independentismo, que haría un stress test de su resistencia). Pues eso, a ganar: de momento, el soberanismo ha pensado que puede vencer enarbolando simplemente la bandera enfadada del Molt Honorable legítimo y la de los consellers que todavía permanecen aprisionados. Entiendo que haya que rentabilizar la injusticia tanto como se pueda, pero diría que eso sólo reafirma los ya convencidos: la táctica reactiva nunca ha estado buena para el independentismo.

Existe más de un veinte por ciento de electores indecisos (muchos de ellos, intuyo, se decidieron a votar el 1-O al ver cómo las gastaba España) a los que les interesará más que nunca saber cuál es la exacta actualización de la hoja de ruta independentista. A su vez, si para alguna cosa han servido las semanas posteriores al 1-O es para poder hablar abiertamente de cosas que hasta ahora escandalizaban a todo el mundo, como que Catalunya es un país ocupado militarmente y que la independencia de Catalunya sólo se puede impedir a través del uso de la fuerza. Aparte de explotar el victimismo, pienso que nuestros líderes harían bien en recalcar estos pequeños detalles si no quieren que la campaña sea un mero ejercicio lacrimógeno. Gracias a la policía, ahora ya podemos decir que vivimos en un país donde la libertad se combate por la fuerza. Si los independentistas lo explican sin ambages, iremos a más.

Continúo igual de enfadado, pero la inercia y el orgullo me llevan a ganar. Continuamos.