Una de las cosas más fantásticas de este tiempo nuestro es la podredumbre de algunos conceptos que hasta ahora todo el mundo creía intocables. Hace días hablábamos del seny, esta nefasta aberración conceptual, asociada al juicio catalán y al espíritu de no romper ningún plato, que ahora ya podemos despojar como una simple versión pedante de la cobardía y de una vida bajo el yugo español. Así también la moderación y el diálogo, palabras melodiosas que, a base de repetirlas en las cenas, a uno se le acababa poniendo voz de López Burniol. Hoy, los que hablan de moderación y cabeza fría son los mismos que no saben dónde ponerse cuando les recuerdas cómo habían escarnecido el referéndum y todos los que apelan sabiondamente al diálogo no han entendido que no hay conversación entre dos mientras no haya un reconocimiento íntegro del otro. Ahora todo el mundo entiende, en definitiva, que dialogar bajo la amenaza de las porras no tiene mucho sentido.

Catalunya demostró hace pocos días que al Estado ya no le vale la violencia con el fin de controlar el territorio y la libre opinión de la gente. Mirad si son conscientes de ello, que el pobre Enric Millo ha tenido que apresurarse a pedir excusas por las fracturas y las tortas que él mismo había ayudado a ordenar a la policía, todo eso mientras el gobierno de Rajoy hace decretos a toda pastilla para favorecer cambios en las sedes sociales de las empresas catalanas. El histerismo del Estado no responde al capital que el independentismo ganó el 1-O, sino a la imposibilidad de impedir una DUI y que los Mossos controlen finalmente el territorio catalán. Si se quiere negociar con España, cosa que tarde o temprano habrá que hacer en asuntos como el pago de la deuda, lo mejor que se puede hacer es acelerar cuanto antes mejor la aplicación de los rotundos resultados del 1-O. Esperar no nos hace más fuertes, sino todo lo contrario.

Tú no puedes decirle a la gente que se rompa la cara para poder votar y resguardar unas urnas y ahora decirle que traficas con las contusiones que todavía les duelen. Si el Govern retrasa la DUI más allá de la comparecencia del president Puigdemont en el Parlament, cometerá un suicidio político enorme. Los mismos que ahora recomiendan a Puigdemont esperar, insisto, son los que se afanaron por suspender el referéndum y volver a unas plebiscitarias, justamente porque temían que los catalanes defenderían su dignidad como lo hicieron y los partidos políticos perderían peso ante la gente. Todavía recuerdo cómo, hace meses, uno de estos moderados me dijo que, si había demasiada gente en la calle, temía que los chalados de la CUP hicieran algún disparate. Como me confesaron el otro día dos presidentes de mesa del PDeCAT y de ERC, sin la experiencia de los cuperos no se habría podido ni organizar el 1-O.

No hay nada que esperar más allá de la declaración que setenta y dos diputados y un gobierno nos habían prometido. Hecha la cosa, si España quiere negociar estaremos encantados, pero a partir de ahora la conversación será de tú a tú y sin balas. Todo lo que no sea eso es volver al barro del autonomismo, donde Rajoy podrá ganar siempre sin mucho esfuerzo mientras se fuma un cigarro. Esperar es la nueva trampa de los de siempre. No caigáis en ella, os lo ruego.