El miércoles me levanté con una llamada de mi madre: "la única cosa buena de todo eso, hijo mío, es que me siento cuarenta años más joven". Todavía espabilándome y con la lengua quemada por el café, bajo rápidamente la rambla de Catalunya, de Aragó hasta Vicepresidència, y me quedo petrificado viendo a las señoras del Eixample que votaron a Pujol, Duran, Roca y a su tía en patinete toda la puñetera vida cantando "¡¡¡Fuera las fuerzas de o-cu-pa-ci-ón!!!". El Eixample, sede de la paz social y del entendimiento autonomista (y todavía más en concreto, la calle donde he vivido toda la vida, la rambla de Catalunya, es decir la de arriba, la calle donde se pasea sin que te estorben espantosas estatuas humanas ni bailarines de hip-hop, porque allí vive gente de orden) sobrevive unas horas ocupada por un gentío que intenta cantar al unísono, cosa que a los catalanes siempre nos ha resultado complicada, a pesar de la sobredosis de orfeones.

"¡¡¡Vo-ta-rem, vo-ta-rem!!!" Es, innegablemente, el grito más repetido, pero por encima de la sinfonía coral detecto el bajo armónico derrotista: muchos conciudadanos ven el referéndum imposible. Desde el moderantismo de toda la vida, aquel que ha asumido la impotencia del gobierno como norma existencial, empiezo a oler una cierta marcha atrás. Ya lo habréis notado: se habla de tensar todo lo que sea posible la situación antes del 1-O, provocar todavía más robos de papeletas, carteles y urnas (escribo robos porque no se puede definir la sustracción de otra forma, especialmente cuando estos objetos son propiedades legítimas de un particular) para acabar renunciando a las urnas, provocar una DUI con o sin plebiscitarias mientras se espera que la tensión en la calle acabe con Rajoy y un gobierno de Sánchez pueda redefinir el estatus de Catalunya dentro de España. De eso va el próximo encuentro de los líderes de Podemos: Catalanes, no os vayáis, que otro país es posible.

Ha llegado la hora de exigir a los líderes que se la jueguen hasta el final y que, puestos a reivindicar un país normal, cumplan sus promesas

Esta es una táctica que ya conocía de hace tiempo y sólo os puedo decir que todos aquellos que me lo han intentado embutir en la mollera son la gente que ha vivido de puta madre con el autonomismo y que busca salvar su cada día más escaso espacio de credibilidad y decencia. Si estos días España ha parecido un Estado derrotado e histérico en su represión es justamente por la amenaza y el poder de las urnas: fijaos como Rajoy cada día tiene la piel más blanca, consciente de que es sólo una moneda de cambio que caerá cuando las élites españolas necesiten renovar el rostro de la represión. Renunciar a la votación del 1-O es volver a la dialéctica del autonomismo, en la cual el Estado español siempre gana, por pura lógica. Si os violentan las detenciones inaceptables de altos cargos y el estado de excepción legal, indignaos, pero pensad que todo eso sin urnas no valdrá para nada.

Si el Estado, como ya escribí hace días, se plantea hacer lo imposible para que el 1-O no haya urnas es porque sabe perfectamente que el voto de los catalanes implica su derrota política y su humillación internacional. Si el 1-O no se hace y el soberanismo se presenta a unas elecciones exhibiendo únicamente a sus mártires como prenda electoral, la situación que viviremos será idéntica a la resultante del 9-N: nos volveremos a contar y bailar la conga, pero siempre bajo el yugo español. Ha llegado la hora de exigir a los líderes que se la jueguen hasta el final y que, puestos a reivindicar un país normal, cumplan sus promesas. Cueste lo que cueste.