Las doctas coctelerías barcelonesas –de entre las que actualmente sobresalen de manera evidente el Collage, el Paradiso y su recientemente nacido hermano pequeño, el Dr. Stravinsky (Mirallers, 5)– están de luto, faltas de gracia por un defecto ajeno. Desde hace tiempo, y no sólo en los templos de la mezcla capitalinos, sino de noche, en cualquier establecimiento de la ciudad, en las barras de Barcelona no hay ni una mujer sola. Entiendo perfectamente que las hembras barcelonesas se resistan a tomar un cóctel sin compañía en una barra, cansadas de la repulsiva intromisión de los machos de la urbe cuando las ven solas, fatigadas con la insufrible búsqueda de conversación de los pesados masculinos de la ciudad, y que prefieran consumir alcohol en grupos de Milfs o sexualmente mixtos. Pero me cuesta mucho creer que haya mujeres que (como me han contado muchas coetáneas, a menudo imbuidas de un machismo tanto o más absurdo que el de los hombres de la tribu) se eviten conscientemente el placer de beber solas un Negroni o un Mint Julepe primaveral por la noche, ante la vergüenza que les provoca verse desamparadas o los malentendidos que todavía hoy puede despertar una alma femenina que visita una barra como si buscara compañía.

Una mujer sola, en una barra, es el único paisaje de Hopper que ha sobrevivido la quema, una hembra que sólo se sustenta en la madera de una coctelería es la mejor escultura que se puede hacer al enigma. Ya existen suficientes bares y lugares donde sólo hay conversaciones de machos, con su repulsiva insustancialidad, y de grupos de señoras que enaltecen los problemas de la vida intentando imbuirse de espíritu trágico. Nos hacen falta bares y coctelerías en que los barceloneses abandonen el procesismo mental al qué la política los ha sometido y se vuelva a recuperar la costumbre de salir solo a experimentar el placer de beber y fumar. No hay nada más bello, de noche, que la terraza de mi querido bar Belvedere, que se llena del gesto y de las invenciones del maestro coctelero Ginés Pérez, casi siempre en compañía de hombres solos, y haría falta también que fuera con mujeres solas. ¿Dónde están todas estas mujeres aisladas del mundo, que una vez finalizada la jornada laboral deciden recluirse en casa en una muestra de estoicismo barbárico? ¿Donde están las mujeres fuertes e independientes que, liberadas de la pesadísima carga de tener que criar hijos, y de la todavía más repugnante tarea de buscarse un marido fecundador, tendrían que reinar la noche?

No hay nada más bello que un Manhattan que se filtre en las comisuras de unos labios femeninos, rojo y negro, porque no hay ninguna cosa más digna para los baristas de la ciudad que jugar a los acertijos

Que no se alarme nadie, pues queremos a mujeres solas en las barras de Barcelona no para importunarlas con nuestro dandismo de tres al cuarto, con nuestro estúpido y risible palique nocturno, preludio de babas infantiles y disquisiciones aburridísimas. Queremos volver a ver mujeres solas en las coctelerías de la ciudad por el puro placer de contemplar el disfrute hecho carne, porque no hay nada más bello que un Manhattan que se filtre en las comisuras de unos labios femeninos, rojo y negro, porque no hay ninguna cosa más digna para los baristas de la ciudad que jugar a los acertijos y averiguar la voluntad de una mujer con el cóctel adecuado. Estamos hartos de topar con la soledad masculina, de hecho nosotros somos esta inútil y absolutamente pérfida soledad vomitiva, en todas las barras de la ciudad. Barcelona necesita abandonar muy pronto este cruelísimo uso según el cual las mujeres no pueden olvidar su existencia en una barra, esta creencia absurda de tribu castrada según la que una mujer puede ser consellera, primera ministra o científica eminente pero no puede disfrutar de su descanso en una barra de bar, sola ante el néctar escogido. Mujeres que me leéis con avidez, muchas y diversas, volved a la soledad de la barra.

Sólo pedimos, en fin, poder observaros, en silencio y plegaria. Que así se haga nuestra voluntad, aunque sea la última, malsana y egoísta.