Cuando perpetras una cagada monumental en el trabajo, no hay cosa más humana que escudarse de la reprimenda aduciendo que hay compañeros de curro que han cometido el mismo pecado sin haber pagado ningún precio por la fechoría. Así han reaccionado, sintomáticamente, una buena parte de los masistas pedecators ante la fulminante destitución del antiguo conseller Baiget y el ascenso meteórico-lumínico de Santi Vila en el Departament d’Empresa i Coneixement. Con una calculada sobreexposición (urdida con numerosos publirreportajes en La Vanguardia), Villa no sólo ha puesto en duda la hoja de ruta muchas veces, sino que –además– lo ha hecho con mucha más desvergüenza que Baiget, uno de esos políticos eminentísimos en el arte de pasar desapercibido, de quien no nos extrañaría mucho que hubiera regalado la famosa entrevista en El Punt Avui para provocar todo el revuelo posterior, acabar expulsado y no tener que sufrir más por el patrimonio familiar y el fricandó de los niños.

En efecto, Vila ha cometido los mismos pecados que Baiget y, de hecho, es de los políticos que más ha traficado con los miedos de los ciudadanos a ejercer su albedrío, que conoce al milímetro como buen estudioso del catalanismo. Pero Puigdemont sabe muy bien que los dos políticos no representan exactamente lo mismo: Baiget constituye la imagen de la línea de flotación administrativa del masismo en el gobierno (partidarios, ahora ya lo sabemos, de una repetición del 9-N que sea reprimida por Rajoy, con el consiguiente e hipotético estallido de indignación ciudadana que permitiera negociar una salida con Madrid), mientras que Vila ya piensa en cómo administrar la derrota de una independencia que siempre ha creído imposible. Ascendiéndolo al primer plano, y situándolo de nuevo en una conselleria donde hay pasta gansa, Puigdemont hace más visible a un conseller que, si aguanta en la ambigüedad, acabará autodestruyéndose.

Cuando alguien reprueba la muerte del antiguo conseller aduciendo que Santi Vila también comparte la ambivalencia del sector masista, se está retratando como alguien que no se quiere jugar la cara por ti

El procés ha entrado en una fase extraordinaria de destrucción creativa. A medida que se acerca la votación, será interesantísimo ver quién está dispuesto a jugarse la cara y el patrimonio que le ha regalado el autonomismo para defender los intereses de los ciudadanos. Es una buena noticia que Puigdemont escarmiente a Baiget mientras asciende a Vila, porque castigar la falta de compromiso casa muy bien con hacer todavía más visibles las contradicciones. Resulta muy sintomático que la línea masista del Govern haya lamentado el cese de Baiget afirmando que el Molt Honorable 130 y su vicepresident sólo quieren un gobierno de puros. Lo dicen Francesc Homs, Josep Martí Blanch y toda la patulea de convergentes que todavía hoy creen que la Generalitat es suya, que hace mucho tiempo que cobran de la Administración y a quienes la sociedad civil incluso ha pagado las multas del TSJC.

Cuando alguien apela a la pureza para defender a Baiget está apelando a sus intereses personales e intransferibles. Cuando alguien reprueba la muerte del antiguo conseller aduciendo que Santi Vila también comparte la ambivalencia del sector masista, se está retratando como alguien que no se quiere jugar la cara por ti. La destrucción creativa previa al 1-O nos regalará un verano maravilloso, lleno de deserciones de todos aquellos que nos han vendido la moto de una independencia sin riesgos, de la ley a la ley, y sin heridas en la epidermis. Puigdemont ha demostrado que no tiene nada que perder. No es una cuestión de pureza, sino de dignidad. Y si no la tienes y sufres por la pasta, chato, ya te puedes largar o te arrasaremos.