El independentismo muestra demasiado a menudo una moral de carente que lo inhabilita para ir por el mundo y tener la mínima noción de aquello que implica actuar como un Estado. La última y enésima muestra, el ataque de rabieta con el que la tribu ha digerido que el ministro de Exteriores enemigo, Alfonso Dastis, se aloje en la suite de la residencia del embajador español en Ecuador y disfrute de asistencia de servicio y de vehículo oficial con el fin de pasar las vacaciones en familia. Empezamos con lo más básico, para principiantes: un ministro, y tanto da el país que sea, lo es incluso cuando recorre el mundo por pascuas, y es una parida enmendarle mayordomo y fonda por el hecho de que no se encuentre en viaje oficial. Si un alto cargo se dirige a un lugar donde tiene embajada es del todo lógico que esté, no solo para atender mejor su seguridad, sino también para hacerle la estancia más cómoda y tranquila. Solo faltaría.

 

Los catalanes tenemos que aprender urgentemente los asuntos más elementales, como que un ministro no es ni será nunca un ciudadano cualquiera. Basta de tontería podemita, amigos míos: no hay nada ejemplar en el hecho de que Alfonso Dastis pague un hotel en Ecuador y viaje en taxi por las calles de Quito y es así por el simple hecho de que es uno de los altos cargos más importantes de una antigua nación, España, de la que me complacería separarme (democráticamente) hoy mismo. Solo faltaría que Dastis no pudiera ir a la embajada gubernamental en Ecuador con su familia, solo faltaría que sus hijos, su mujer o quien le pase por el forro no pudiera cenar cómodamente con él y su amigo Carlos Abellá en la calle Francisco Salazar, que para más cachondeo se encuentra entre Isabel la Católica y Toledo. El ministro viaja y va a casa de su subordinado a visitar las antiguas colonias. Dastis, pobrecito mío. Solo faltaría.

 

Si Catalunya fuera un Estado, sería absolutamente normal que Raül Romeva aprovechara la estancia en un país donde tuviéramos embajador o cónsul para dormir con sus hijos y que estos, a su vez, entendieran así que el cargo que ostenta su padre no es una filfa. Si quisiéramos ser un país normal no nos escandalizaría algo tan natural, ni nos histerizaríamos cada vez que se hacen públicos los dispendios de los palacios imperiales españoles en el extranjero. Y solo faltaría que Romeva, si fuera el caso, no se desplazara por el planeta en automóvil oficial, porque sus escasos días de holgura también forman parte del interés de la cosa pública. Si no entiendes que ver a un ministro catalán saliendo de un hotel con los críos mientras pide un taxi al conserje es hacer el ridículo, hijo mío, es que tienes que volver a cole. Una tribu pide permiso: un Estado viaja en coche oficial y escoltas. Solo faltaría.

 

Pasando unos días en la embajada de Ecuador, Alfonso Dastis no solo no ha hecho ningún daño, sino que ha honrado su cuerpo diplomático como espero que algún día lo hagan mis futuros ministros. Viajar en turista, reservar hoteles, comprar souvenirs con los niños y luego tomar el autobús de vuelta. ¿Un ministro? ¿Pero en qué mundo vivís, indígenas?