Las del 27-S no fueron unas elecciones normales, sino, dijeron sus convocantes, un plebiscito sobre "el referéndum que no nos habían permitido hacer". Tiempo después, el independentismo pareció tener el complejo de inferioridad resuelto y la picardía del gobierno Puigdemont, en cóctel con la resistencia física de muchos conciudadanos, demostraron que, "aunque no te los dejen hacer", los referéndums pueden salir adelante con inteligencia y huevos. Si la lista única del 27-S tenía el objetivo declarado de no proclamar la independencia inmediatamente, en el caso de una mayoría absoluta de diputados por el 'sí' en el Parlament, y la intención soterrada de salvar a Artur Mas de la previsible residualidad de Convergència, la apuesta por una lista unitaria el 21-D intentará presentarse como la garantía de salvación del autogobierno mientras se olvida de ajustar las cuentas con los políticos vencedores del último plebiscito.

A pesar de que haya cosas que no han cambiado mucho, como el deseo de los del PDeCAT de impulsar una lista para salvar sus presumiblemente pobres resultados en las próximas elecciones, si bien la lista del 27-S podía llegar a tener sentido como frente común de presión al estado, solo le veo inconvenientes a reeditar la experiencia. En primer lugar y como pasa siempre en política, considero cosa probada que el independentismo gana mucho más cuando es proactivo que cuando anda a remolque de las decisiones del estado, por injustas que sean. En pocas semanas, hemos pasado de impulsar un referéndum de autodeterminación que nos deslumbró el alma y manifestó nuestra capacidad de defender la dignidad nacional, a plantear un grupo de diputados contrarios a la intervención de la autonomía, amnistía incluida, con el fin de preservar las competencias estatutarias de la Generalitat.

En momentos de confusión (con una república que solo ha sido proclamada, pero sin ningún tipo de fuerza para implementarla), la política no solo tiene que sumar fuerzas, sino que sobre todo tiene que apostar por la claridad. Ya iría siendo hora de que los diputados catalanes trataran a los electores como adultos y les explicaran por qué las estructuras de estado que les habían prometido eran solamente palabras y por qué han caído en el error de acelerar el procés y agitar a las masas cuando, íntimamente, sabían que no asumirían el riesgo de sacar adelante el resultado del referéndum con el consiguiente control del territorio. Yo no deseo reuniones de llorica ni recetas voluntaristas de farmacéutico: quiero políticos que me hablen claro, que me digan dónde estamos y qué proyectos de implantación republicana tienen. Basta de astucia, basta de picardía: exijo líderes con ideas que vayan más allá de proclamar deadlines ficticios.

Que tengamos el país intervenido, medio Govern en la prisión y medio en el exilio de una manera repugnante e injusta no tiene que ser excusa para que los responsables políticos renieguen de su obligación. Por si alguien no lo ha entendido todavía, luchamos contra un estado que hará todo el posible por salvar su ámbito territorial. Si el independentismo juega al juego de la autonomía, ya puede sacar a cien diputados con una sola agrupación, que el estado siempre tendrá la partida ganada de calle. Los partidos pueden plantear perfectamente una campaña separados, manteniendo la base de que este es un país ocupado policial y políticamente, pero planteando salidas y enfoques de diferente color a la situación actual. Muchos pensamos en su momento que la CUP erraba del todo enviando a Mas a la jubilación prematura y después hemos visto que sin la salida del antiguo president (y de sus consellers más fieles) no habríamos llegado donde estamos ni de broma.

Insisto. En momentos de máxima complejidad hay que pedir liderazgos, no magmas donde la responsabilidad de los políticos quede disuelta. Que cada partido se presente, si hace falta con un acuerdo de no agresión entre los independentistas (y con un papel simbólico del president y de los consellers encarcelados en las listas), pero que sea cada formación la que se exprese. Dejémonos de invenciones y hagamos política, os lo ruego. ¡Políticos, quiero políticos!