Muy a menudo, con el fin de entender las paranoias mentales del processisme, lo mejor es escuchar lo que dice Ada Colau sobre todo. En la famosa entrevista en Al-Jazeera de hace pocos días, la hiperalcaldesa de Barcelona recordaba que un referéndum de autodeterminación en Catalunya (con un alto nivel participativo, sobreentendemos nosotros) no implicaría necesariamente la emergencia instantánea de una República catalana, porque –como aclaraba posteriormente en Twitter– "después de todo referéndum siempre hace falta un periodo de negociación para ver cómo se hace efectivo". La posición de Colau, criticada por ambigua desde el soberanismo, ha coincidido felizmente con la filtración de los desvaríos autonomistas de David Bonvehí, una conversación y unas posteriores declaraciones donde el número dos de los pedecators ha asumido como normal el hecho de plantear un plan B a la independencia con dos condicionantes previos: que "no nos dejen" hacer el referéndum (y habría que preguntar a Bonvehí quién es este nosotros que asume con tanta alegría, como si todo dios fuera igualmente responsable de organizar la votación) o que éste ocurra y los políticos soberanistas no tengan bastante fuerza o valentía para aplicarlo de todas todas.

Diría que tanto Colau (en abierto y a cara descubierta, cuando menos) como Bonvehí especulan con un escenario probable en que el referéndum saldría adelante con una mayor participación, gracias al aumento del voto negativo a la independencia, y que éste acabaría siendo un arma de presión contra el gobierno español para intentar mutar el marco legal, en busca de un cambio constitucional o de un referéndum acordado. Nos encontraríamos en un momento de presión que, en el fondo, sería cómodo para todo el mundo: Rajoy tendría que expedientar a Puigdemont y al Govern con más dureza que a Mas y a sus consellers, lo cual tendría una capacidad discutible de inflamar la parroquia (el Molt Honorable 130 ya será, por voluntad propia, un político retirado) pero suficiente para que los convergentes se hicieran los damnificados a pesar de no aplicar el resultado del referéndum. A su vez, el estado de cosas facilitaría la vida a Colau, que podría mostrar su indignación contra la judicialización de la política del PP mientras vendería la moto de la necesidad de un referéndum acordado como posibilidad realista, siempre con la condición de que ella y los podemitas dominaran el eje Barcelona-Madrid. Todo el mundo ganaría y, al límite, no pasaría nada.

Lo que más miedo da a convergentes y comuns es que la votación se acabe haciendo y los organizadores tengan que explicar al pueblo como el resultado de su querer no tiene una aplicación práctica

De hecho, lo que más miedo da a convergentes y comuns no es que, siguiendo el lenguaje cursi del independentismo, el Estado plantee "impedimentos físicos" que hagan imposible el referéndum, sino que la votación se acabe haciendo y los organizadores tengan que explicar al pueblo como el resultado de su querer no tiene una aplicación práctica. De hecho, resulta muy ilustrativo que dos políticos prácticamente coetáneos, educados en democracia y que han hecho carrera política con el discurso de empoderar (uf) a los ciudadanos, se vean acosados por el mismo problema; a saber, aplicar el dictamen que les imponen a través de su voto. Cuando la hiperalcaldesa de Barcelona rebaja el poder del referéndum apelando constantemente al pacto, se sitúa en el mismo punto que la estrategia convergente de proclamar que la votación se hará mientras ni impulsa la campaña ni aclara la fecha. Que Neus Munté haya declarado recientemente que le entusiasmaría pactar la pregunta con Colau y que los articulistas convergentes vuelvan a querer salvar el descuido de Bonvehí apelando al mantra de la unidad del soberanismo contra las luchas partidistas es del todo lógico. Los líderes catalanes, por desgracia, comparten el mismo y exacto miedo a su pueblo.

En vez de especular con la emergencia autonómica de un nuevo bipartito entre Esquerra y los comuns, los jóvenes pedecators tendrían que reflexionar mucho más sobre la sociedad limitada que –de momento, gracias a las filtraciones de sobremesa– todavía los ligan a los comuns en su ambigüedad enfermiza. Si Bonvehí quiere defenderse contra sus atacantes lo tiene bien fácil: lejos de repetir como un loro que él es independentista desde bebé, sería suficiente que enmendara a Colau prometiendo que él sí que ligará su carrera política a lo que le manden los catalanes. Sí que se puede, David, sí que se puede.