El Club 155 ha hablado por boca de Juan Luís Cebrián, que podría haber encargado una entrevista en El Mundo o en la hoja dominical de la parroquia madrileña de San Romualdo, porque de lo que se trataba aquí era de ventrilocuar (me la suda si el verbo existe o no, que aquí venimos a inventar cosas) el espíritu de las élites españolas que sueñan con ocupar el poder en Catalunya mediante la violencia disfrazada de ley. De eso va el Club 155, como por otro lado ya sabíamos: retirar el poder legítimo al Parlament y al Govern que de éste emana y hacer arrodillar a los catalanes para que acaben suplicando un retorno al autonomismo. Cebrián, pasada la época progre, retorna al más puro estilo franquista y recupera el sable del cole El Pilar. La Operación Diálogo era esto: Soraya vestida de gala haciendo el pavo en el Cercle del Liceu y Cebrián pidiendo la intervención de la Guardia Civil. ¡Ar!

La Operación Diálogo era esto: Soraya vestida de gala haciendo el pavo en el Cercle del Liceu y Cebrián pidiendo la intervención de la Guardia Civil. ¡Ar!

Podemos vomitar tanta ira como queramos contra las declaraciones del progresista castizo, pero lo importante del tema es repetir hasta la náusea que lo único que demuestra el histerismo de los españoles es que el referéndum sólo se puede parar a base de violencia. A su vez, y lejos de jugar la carta de dignificar unas instituciones que han sido urdidas con el espolio fiscal y el autonomismo de las migajas en mente, el Govern catalán debería responder al Club 155 que no teme la intervención ni la suspensión de la Generalitat, porque esta es una institución española pensada para someter a los catalanes al yugo arbitrario de las élites españolas. Las mismas élites, decíamos ayer, que habían hecho cuadrar a la monarquía porque soñaban un Felipe VI con maneras de Franco para volver a instaurar el orden en el tercio norte. Primero fue Cristina y como Felipe se descuide le tocaran a su papi. Primero han destapado las queridas y luego vendrán los bísnes.

El Club 155 ya es, de hecho, la nueva monarquía española, y la realeza nunca dialoga con los súbditos. Sólo así se explica que Xavier García Albiol enmendase exageradamente al pobre Enric Millo cuando la auto-erigida tercera autoridad del país insinuó que Rajoy y Puigdemont se llamaban a escondidas y en secreto. Aquí no se dialoga, porque la alteridad no existe. Éste es el principio básico del colonialismo. Por ello queremos la independencia.