Diría que la singularidad más importante de Carles, del president Puigdemont, es su gracia en rehuir la pompa y alejarse de la retórica cursi prototípica de los nacionalistas del Eixample. También una cierta tendencia a pasar olímpicamente de todo lo que le parezca superfluo, con una tranquilidad de espíritu imperturbable, como las féminas del XVIII cuando rehuían los favores de un pretendiente demasiado plasta. Carles le escribe una carta a Rajoy y le cuenta que no, que él no irá al coñazo este de la conferencia de presidentes, tío, por que le da pereza perder el tiempo y hacer la pamema. Bien, Carles no se lo dice así, pero ya nos entendemos tú y yo. Cuando le llega algún ruido de gente selvática que matiza el referéndum (Conesa) o que quizás espera su momento de gloria para administrar la derrota del proceso (Vila), el Molt Honorable actúa como si pasara una brisita a la que no hace falta prestar atención, porque en la vida sólo tienes que prepararte para los ventarrones que te pueden tumbar.

Lo mejor del Molt Honorable es que tiene pocas hipotecas y nada que perder

A diferencia de Mas, a Puigdemont no le ha hecho falta cultivar ningún resentimiento entre los independentistas ni hacerse el mártir para edificar una presidencia sólida. Lo mejor del Molt Honorable es que tiene pocas hipotecas y nada que perder. Ello lo emparenta, muy a su pesar, con los políticos de la CUP (cuando voy de cañas con mis amigos cuperos me cuentan que les gustaría pasar más tiempo y hablar más con el president, porque de él sí que se fían, pero siempre se lo envían rodeado de antiguos capos convergentes). Visto que no tiene nada que perder, cuando a Carles le dicen que se quede para gestionar la eterna pre-independencia que nunca llega, para continuar, en definitiva, teniendo-la-cosa-casi-a-tocar-ahora-sí-que-te-lo-juro (Bonvehí, Pascal) les dice que no, tú, que para esto se busquen a otro tipo. Y cuando el vicepresident le llora porque no cree que los convergentes vayan en serio, Carles sonríe complaciente y le dice: va, Oriol, monta el referéndum que ahora mandas tú también y no tienes a Mas como excusa.

Lo que mas me gusta de Puigdemont, de Carles, es su alergia a las metáforas, que acostumbran a ser un atajo manicomial para no hablar directamente de las cosas ni afrontarlas. No te obsesiones con Ítaca, que son cuatro piedras, decía el maestro Garriga, Francesc, en uno de sus poemas de vejez. A Carles, el Molt Honorable Puigdemont, se le entiende todo y eso, en un país de timoratos y cortesanos de la prosa es una virtud cardinal que se agradece. Durante un año, hemos observado a un president que sólo trabaja para regalarle un país normal a su sucesor. Pasar el testimonio es la cosa menos mística y poco cursi del mundo, pero la más efectiva. Carles trabaja para que no le echemos nunca de menos, nosotros que como decía el sabio (d’Ors, Eugeni) nos encanta cantar L’Emigrant para lloriquear. Él no pide añoranza. No, el no lo volvería a hacer, porque volverlo a hacer sería perder de nuevo. Feliz año, Carles. No, no lo vuelvas a hacer.