El soberanismo ha vivido unos meses vociferando el contenido de la conversación entre Jorge Fernández Díaz y Daniel de Alfonso (aduciendo que lo de menos es quien los grabó a traición y lo de más, su contenido conspirador), para zambullirse hace pocas horas en una lucha fratricida por conocer al criminal que osó captar a los futuribles autonomistas de Convergència, encarnados en las hipótesis de David Bonvehí. En pocos meses, la pérfida judicatura española ha pasado de ser el soplillo que atizaba el fuego soberanista, al recurso con el que los pedecàtors quieren amparar su anhelo de intimidad. Si ya es lo bastante delirante que los jóvenes convergentes apelen a la fiscalía contra la que han estado cabalgando para salvar el honor de Mas y de sus consellers, resulta todavía más cómico que el soberanismo se pelee por saber quién fue el Judas de la comida en Manresa, en la que el número dos del primer partido catalán habría especulado sobre la derrota del proceso político que, en teoría, está liderando.

Más allá de los juegos de niños que entretendrán unos días al PDeCAT y Esquerra, lo importante no es ver (mejor dicho, oír) como Bonvehí especulaba con una implosión política de lo inmediatamente posterior al referéndum, sino como el líder convergente se adaptaba fácilmente, con alegría de sobremesa, a un escenario en el que su partido se tendría que readaptar a la vida autonomista con un mero cambio de candidato. Lo relevante de todo es, en el fondo, comprobar como la Convergència de siempre piensa que, acabado el sueño independentista, será suficiente doblar la estelada y dejarse liderar por una voz de centro para salvar los muebles e ir tirando. Solo así se explica que Bonvehí acepte la candidatura de Santi Vila a la alcaldía de Barcelona, lo que –aparte de perder nuevamente las municipales– implicaría volver a la visión de la formación de centroderecha como un partido de orden que crea su identidad en contraposición al eje ideológico de Esquerra y de los futuros comuns.

En el fondo, la sinceridad de Bonvehí esconde el convencimiento según el cual Convergència solo puede sobrevivir sustentada en un electorado pseudoindependentista de orden (a saber, que compre la quimera de un proceso de secesión ordenado y sin una herida; "de la ley a la ley", si hacemos caso a la nomenklatura masista), opuesto doctrinalmente a la euforia en el gasto de los gobiernos progresistas. Lo más dramático de todo es que Bonvehí, un joven convergente que en teoría tendría que haber sobrepasado la dinámica política pujolista, recaiga en el núcleo argumentador con que el antiguo Molt Honorable atenazó la política catalana durante lustros; a saber, combinar una retórica inflamada que se adapte flemáticamente a las agresiones del Gobierno central con un pragmatismo de gobierno que no enerve el statu quo español. Si el referéndum no se aplica, Bonvehí abrazaría la táctica Madí: volver al catalanismo y esperar el ocaso de los progres.

Que el nombre del actual consejero de Endesa y antigua mano derecha de Artur Mas vuelva a emerger estos días en las comidas del país no es casual. Hace meses corrió el rumor de que Madí habría irrumpido sin avisar en un consejo ejecutivo del PDeCAT echando la bronca a sus dos jóvenes líderes por haber cedido la primacía de la moderación soberanista a Junqueras. Sea veraz o no, la anécdota certificaría la tensión entre la Convergència de siempre y una nueva generación de pedecàtors independentistas escudados en el aparente arrebato unilateral del presidente Puigdemont. Que Bonvehí se disfrace de Madí, aunque sea en una animada sobremesa, nos sitúa en un marco de victoria del moderantismo convergente que abocaría al actual Molt Honorable a liderar una hoja de ruta absolutamente ajena a la maquinaria de su partido, como si el éxito de Puigdemont todavía dependiera de la derrota de sus antecesores.

En el fondo, las confesiones de Bonvehí denotan la dinámica paranoica que ha afrontado siempre el centroderecha catalán cuando se ha visto empujado a un proceso de ruptura con el Estado: replegarse ordenadamente para conformar una mayoría autonomista o destruir su comodidad favoreciendo la liberación nacional. De momento, Bonvehí parece que prefiere la calidez de los consejos de administración a ir al grano y cumplir las promesas adquiridas con los ciudadanos. Las sobremesas son así: sacan lo peor de nosotros.