La híper-alcaldesa Colau ha lamentado hace muy poco que entre la sesentena de nuevos bomberos que se incorporan este año al cuerpo barcelonés no haya ninguna mujer y que el total de personas con vagina sea de sólo unos veintinueve ejemplares. Aplaudimos sonoramente la queja de la primera instancia capitalina, que no sólo ha discutido la falta de bomberas en las furgonetas rojas que nos asustan cuando andamos con aire metafísico observando los ornamentos boscosos de las fincas del Eixample, sino también la escasa presencia de mujeres en los mandos de la Guàrdia Urbana. Sorprende que una de las primeras decisiones que perpetrara la alcaldesa al ser investida fuera precisamente ratificar a Evelio Vázquez como intendente de la pasma, un ser que de mujer quizás debe tener todavía la molécula de una lágrima causada al leer la muerte de Anna Karenina, que su gerente de Seguridad y Prevención sea Jordi Samsó y su comisionado de seguridad Amadeu Recasens, un ser con una barba peluda que, por desgracia, delata al género macho.

No obstante, nosotros que amamos el arte del buen cinismo con el que nuestra Ada nos ilustra a diario su paso de activista a realpolitiker, pedimos que se cumpla este deseo. Queremos bomberas, más bomberas, y no sólo porque creemos que las mujeres barcelonesas pueden enfrentarse a las llamas como el más ardido de nuestros jóvenes, sino porque creemos precisamente que eso de apagar fuegos siempre ha sido la especialidad de nuestras hembras. Queremos a bomberas al mando, más bomberas espléndidas con el casco ligeramente sesgado por la forma de su pelo, bomberas que nos hablen de usted mientras nos miran tranquilas y desvanecen la humareda que nuestra supina incompetencia de hombres torpes ha provocado en la cocina. No se me ocurre una imagen más bella, ni más barcelonesa de raiz, que una grácil bombera señalando el peligro a una hilera de hombres que procedan a obedecerla ciegamente; no hay imagen más digna que una señora bombera cogiendo una manguera rebosante de agua, esperma salvífico, curadora de carne.

No hay imagen más digna que una señora bombera cogiendo una manguera rebosante de agua, esperma salvífico, curadora de carne

Así también con los altos mandos de la Guàrdia Urbana, que la híper-alcaldesa Colau, si fuera coherente con sí misma, debería expulsar ya por ser hombres y reemplazarlos por mujeres uniformadas que, dado el caso y si hace falta, se fotografiaran como ella, luciendo barriga de embarazada. Queremos urbanas que nos comanden la vida, ciertamente, porque en el fondo sabemos que las mujeres están destinadas a gobernar el mundo, una realidad palmaria ante la que los machos, con nuestra fuerza bruta inepta pero que asusta, hemos opuesto resistencia de una forma repulsiva. Hace falta que nuestra híper-alcaldesa reaccione pronto, y que lo haga sobre todo contra su propia política de poner machos en los mandos de las fuerzas de orden y de seguridad, porque sólo cuando ella abandone esta forma de machismo podremos ver a mujeres uniformadas rigiendo nuestra buena conducta. Sí, es cierto, queremos ver a más mujeres apagando fuegos y tumbando malhechores. Queremos que la activista Ada Colau enmiende a la alcaldesa Ada Colau. Por las mujeres, lo que haga falta.