Resulta muy sintomático que ni la crítica cultural ni el periodismo barcelonés se escandalice de la escasísima presencia de compositores e intérpretes catalanes en los programas estrella de nuestras salas de conciertos, un hábito funesto que si sucediera en cualquiera de las infraestructuras dedicadas a las otras artes sería escandaloso, pero que con esto del mundo sonoro a todo el mundo le resbala. Si el MNAC, el Lliure o el Mercat de les Flors presentaran una temporada sin un solo pintor, dramaturgo o coreógrafo del país, saltarían las alarmas, pero nos quedamos la mar de tranquilos sabiendo como, año tras año, el Liceu reniega de su obligación de equipamiento público por la cual no sólo debería programar autores catalanes contemporáneos sino fomentar parte del repertorio que fue antes exitoso en el propio teatro. Así también el Auditori o el Palau donde, con excepción del omnipresente (y bien pagado) Savall, los solistas de casa pueblan los ciclos minoritarios pero casi nunca aparecen en el cartel de Palau 100 o se enfrentan al reto de ser acompañados por la OBC como solistas. Que el Auditori de Barcelona haya dejado en mortal letargia el Centre Robert Gerhard para el fomento del patrimonio musical catalán nos regala muchas pistas.

Es paradigmático que iniciativas fantásticas como el festival Òpera de Butxaca o el Mixtur encuentren calor en teatros o centros de arte como el Santa Mónica, la Fabra i Coats o el Recinte Modernista Sant Pau y se alejen de su terreno natural, los auditorios de la ciudad. Y todo ello en un presente en el que de la ESMUC salen algunos de los mejores músicos de Europa, artistas que matarían por poder compartir su talento con el público barcelonés y catalán, y que ante tanta sordidez viven se ven obligados a optar por el exilio. Los pesimistas dicen que la música del país no es comercial y no llena auditorios, cosa que desmiente año tras año nuestro gran Xavier Albertí dedicando el acto de apertura del Teatre Nacional a programar una obra de teatro cantado del patrimonio catalán. Esta temporada, L’Aplec del Remei de Josep Anselm Clavé no sólo llenó a rebosar la sala grande del tenecé, sino que permitió a los barceloneses flipar de gusto con una música sensacional que no conocían por el simple hecho que no la había programado ni puto dios. ¿Se imaginan un MNAC que encerrase a los Nonell y los Casas en el armario? Pues así hemos hecho con nuestros sonidos.

¿Se imaginan un MNAC que encerrase a los Nonell y los Casas en el armario? Pues así hemos hecho con nuestros sonidos

Vista la supina incapacidad de los gestores musicales de nuestros equipamientos para ofrecer patrimonio a los melómanos barceloneses y también para crear nuevos sonidos fomentando la contemporaneidad, es palmario que Barcelona necesita un nuevo espacio musical alternativo y patrimonial que responda a las verdaderas necesidades de difusión y fomento de la música catalana. Existen centenares de obras de teatro musical del país que todavía esperan una mano amiga que las saque del archivo, decenas de solistas y ensembles contemporáneos que no han debutado en la ciudad, miles de cantantes del país que viajan por el mundo exportando nuestra lengua y que aquí no pueden ni abrir la boca. Reconvertir un espacio como el Teatre de la Santa Creu, la Reial Acadèmia de Bones Lletres o la Sala Gimbernat en espacios regulares de conciertos dedicados especialmente a la música del país sería un regalo poco costoso (¡ya basta de construir nuevos auditorios deshabitados!) y que con pocos recursos daría frutos inmensos. Lo merecen no sólo los profesionales de la música catalana, sino también un público al que se le ha negado un patrimonio riquísimo que les habla directamente. Pero esto que os escribo es como soñar despierto, porque aquí nunca pasa nada.