Hermanos de Barcelona, de éste vuestro tedio del que presumís últimamente incluso con pedantería sólo os curaréis si conseguís merecer la alegría, y así tal cual y sin tapujos, Alegría en mayúscula, se llama el nuevo gastrobar que mi buen amigo Enric Rebordosa y su fiel socio Lito Valdovinos han abierto hace poco en la bellísima Plaça de la Concòrdia del barrio de Les Corts, y también es así en concordia como Enric y Lito han enrolado en el proyecto al chef Giacomo Hassan para conseguir fabricar una joya de lugar que solamente podréis apreciar si poseéis el don de la generosidad. Mellizo de la coctelería Paradiso, con su característico y obsesivo caparazón de madera de pino, aquí el esqueleto de ballena se transforma en una pequeña embarcación, deriva dulcísima de una barra inglesa que importa el verde oscuro del bar Belvedere, escondiendo un reservado que será muy pronto uno de los calientacoños más efectivos de la ciudad. 

Los referentes de Alegría (que cree sólo para ti, a barra abierta y sin trampa, un hombre que tiene la gracia divina de llamarse Giacomo ya debería parecerte un hecho extraordinario) son artistas que sobresalen en la austeridad y el buen producto. Enric y Lito se han inspirado en lo mejor de nuestro Rafa Peña (Gresca), pero también han husmeado algo del buen hacer de Pascal Barbot (L’Astrance) y de Christian Puglisi (Relae) con tal de tramar diez platos de una sencillez nórdica casi hiriente y –por encima de todo, que dios os lo pague– ni una sola mariconada. Lo mejor de la carta es la lengua de ternera, perversamente untuosa y disfrazada con una chimichurri y un saqueado de pistachos y setas. La stracciatella es de una gélida acidez, genialmente contrastada con los huevos de salmón y el tartar de carne (uno de los platos más gafes de Barcelona) sorprende por la deliciosa erupción del huevo juguetón que se esconde bajo una galleta de sésamo.  

Barcelona no es aburrida ni provinciana: los pueblerinos tediosos sois vosotros, comunistoides, panda de plastas

Canto y alabo la generosidad y la ambición de mis amigos no para piropearlos por capricho, sino porque solamente así puedo glosar que hayan inventado este lugar tan feliz en el que podréis cenar por unos escasos treinta euros, y sólo así puede agradecerse el trabajo de unos artistas que en lugar de pasarse el día quejándose de la fealdad y del aburrimiento que hay en Les Corts hayan decidido arriesgar pasta y mover el culo para hacer el barrio más atractivo y bello con su talento para con el mundo sensorial. Hablo y escribo a cerca de merecer la alegría, una virtud que los barceloneses habían considerado antaño vital para su supervivencia y la estimulación de su talento pero que últimamente nuestra administración comunistoide ha substituido por la apología del otoño y la miseria. Barcelona no es aburrida ni provinciana: los pueblerinos tediosos sois vosotros, panda de plastas, que tenéis la felicidad muy cerca y perdéis el tiempo sorteándola. 

Alegría está en la Plaça de la Concòrdia junto al Carrer Remei, y estos nombres ya lo dicen todo. Acabada la cena, visitad el bar Maravillas, a pocos metros, y pimplaros un cóctel a la salud de los artistas barceloneses. Quien tenga orejas, que escuche los secretos que ahora comparto. Son mi reino y mi dominio, pero todo aquello que es mío también ha de ser vuestro a cada atardecer, y también esta noche, si hace falta. Mis amigos os servirán: que su caverna de madera sea vuestro lugar de reposo, vuestro asilo. Así hablo cuando os quiero alegres, así os hablo de Alegría, así os lo enseño todo, de nuevo.