El juez Jesús María Barrientos Pacho es un español del PP que dista mucho de ser un mentecato o un jurista que conozca poco Cataluña. De hecho, es muy probable que el magistrado acabe absolviendo a Mas, Ortega y Rigau, consciente de que la clemencia resulta mucho más perjudicial para los intereses del independentismo que la creación de tres mártires castrados por el maligno órgano judicial. El juez leonés, que fue destinado a la Audiencia Provincial de Barcelona en 1988, sabe perfectamente que una absolución permitiría alargar la vida política de Artur Mas, pero que el president 129 vuelva a liderar un Pedecat que vive en el marco autonómico le trae sin cuidado. Barrientos sabe, como todo Dios que tenga el mínimo juicio, que el 9-N no fue nada ilegal porque, si algo saben hacer muy bien los convergentes (y ha juzgado a unos cuantos), es aprovecharse de las leyes españolas para no romper ningún huevo.

Si yo fuera Barrientos, me lo habría pasado bomba viendo a Artur Mas, héroe único del soberanismo, recalcar centenares de veces que él no había hecho nada ilegal ni prohibido contra el Reino de España. Si yo fuera unionista, me importaría un comino condenar al antiguo presidente y a sus fieles consejeras, porque a Mas solamente me haría falta darle un toque de atención, no cargármelo. Si el magistrado ya había rehusado la petición del fiscal Sánchez Ulled de acusar a los tres políticos de malversación de caudales públicos es precisamente porque sabe muy bien en qué entorno político está jugando sus cartas: que Mas se sienta todavía orgulloso del 9-N y que aproveche su último minuto de gloria en el tribunal para alabar una votación sin carácter legal ni vinculante, piensa el magistrado, lo acerca más a España que a la unilateralidad. Y, por si alguien lo dudaba, el magistrado quiere que esta causa la gane España.

Si, como dijo el abogado Jordi Pina con cierto recelo y melancolía, Barrientos quisiera “la muerte política de los tres acusados”, nada le sería más fácil que absolverlos. A Ortega sólo le queda la ilusión de ser alcaldesa de Barcelona, algo tan imposible como irreal en estos momentos, Rigau ya espera una más que merecida jubilación, y a Artur Mas sólo le queda volver al liderazgo del Pedecat si el President Puigdemont rebasa el 9-N (es decir, si lo rebasa a él), para acabar urdiendo y aplicando un referéndum vinculante de autodeterminación. Si Barrientos quiere matar a Mas, que lo deje salir libre y sin multa del TSJC, y así –de paso– nos volverá a demostrar que, a pesar de lo que piensen la mayoría de independentistas, ni todos los españoles son idiotas ni mucho menos malos estrategas. Hay cosas muy básicas que uno debe ir recordando de vez en cuando.

Que el independentismo esté suspirando por una condena para así encender de nuevo sus bases todavía lo sitúa en la dialéctica del llorón. Y así no se gana nada. Ahora ya podéis proceder a comentar el artículo acusándome de protestón, negativo y traidor. ¡Hay que mantener las costumbres vivas!