“A mí la gente me quiere, pero no me vota”, nos confesó un vencido y melancólico Adolfo Suárez a los cientos de estudiantes que nos apiñábamos en el auditorio del Campus Sur de la USC para escucharle meses después de su épico descalabro al frente del CDS. Nadie ha definido mejor el llamado efecto Suárez: cuando la buena valoración, la preferencia y la empatía hacia un liderazgo no se traducen en un caudal de votos.

Cuando el president se marchó a Bélgica, muchos pensaron que a Carles Puigdemont, forzado además a hacer campaña desde la distancia, podía acabar pasándole algo parecido la noche del 21-D: que la gente le quisiera mucho pero no le hubiera votado. Las encuestas, hasta el momento, sostienen todo lo contrario. Según el preelectoral del CIS publicado el lunes 4 de diciembre, cuatro de cada diez catalanes califican como "buena" o "muy buena" la labor de Puigdemont como president, y dobla (28%) a los siguientes en preferencia para ocupar el cargo, Oriol Junqueras (15,6%) e Inés Arrimadas (14,6%).

Al menos en los sondeos, hace apenas un par de meses nadie parecía en condiciones de disputar a ERC la herencia del JuntsxSí. Ahora el PDeCat parece poder reclamar su legítima parte bajo la marca de JuntsxCat. La causa y la explicación del fenómeno bien pueden residir en algo que podríamos llamar efecto Puigdemont: la gente le quiere y además le vota, lo contrario al efecto Suárez.

Los sondeos no revelan que exista un posible efecto Junqueras. Más bien al contrario: cuanto mejor le sienta electoralmente al president el exilio, peor parece sentarle electoralmente al vicepresident la prisión

No parece descabellado anticipar que la ridícula yenka bailada por la Justicia a cuenta de la euroorden en su contra reforzará aún más la potencia del efecto. Solo Oriol Junqueras le supera con claridad en valoración y además aprueba (5,28 frente 4,77, según datos del CIS). Pero los sondeos no revelan que exista un posible efecto Junqueras. Más bien al contrario: cuanto mejor le sienta electoralmente al president el exilio, peor parece sentarle electoralmente al vicepresident la prisión. O eso, o el efecto Rovira resulta incluso más letal de lo que parecía cuando en ERC tomaron la decisión extrema de no enviarla al primer debate de la campaña.

El exilio belga está permitiendo al PDeCAT rentabilizar al máximo su principal activo electoral: el candidato. Aunque sea vía plasma, puede mitinear, conceder entrevistas o acudir a movilizaciones. Ya no hace falta estar allí físicamente para hacer campaña. La injusta y desproporcionada prisión incondicional impuesta a Oriol Junqueras trae consigo el impacto contrario: a ERC le está resultando imposible amortizar su principal activo electoral: su candidato.

Ninguno de los dos puede acudir a los debates o competir con normalidad, pero no están pagando ni de lejos el mismo precio. La cuestión no es si Miquel Iceta baila o no baila. La cuestión verdaderamente relevante es por qué dos candidatos con opciones de victoria como Carles Puigdemont y Oriol Junqueras no pueden elegir entre bailar o no bailar durante su campaña por tierras de Catalunya.