Hasta Mariano Rajoy tuvo que salir a hablar bien de los Mossos y a defender el trabajo de todas las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, que han detenido en la última década a más de setecientos sospechosos de terrorismo yihadista. Una declaración que le habrá dictado, a él y a cualquier persona normal, el más común de los sentidos: el sentido común. A Rajoy le tocó en su día asumir la responsabilidad y arreglar el destrozo por la catastrófica gestión del Prestige y sabe cómo acaban las cacerías de culpables y las frívolas acusaciones de descoordinación o exclusión; en el juego de buscar culpables todos pierden, en la tarea de compartir responsabilidades todo ganan.

La pregunta clave continúa siendo cómo fue posible que se formara en unos meses una célula terrorista conformada por al menos diez personas y que pudieran moverse por Catalunya, España, Francia o Bélgica sin ser detectados y sin que nadie sospechase; que toda la consecuencia fuera un correo personal entre un policía local belga y un amigo que tenía en los Mossos d’Esquadra. La búsqueda de respuestas nos ayudará a mejorar el flujo de información e inteligencia entre todas las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y entre los estados europeos, porque en la lucha contra el terrorismo, la gestión de la información y el uso de la inteligencia son la clave.

Desde el primer día, toda la obsesión de medios y organizaciones de derecha extrema en España ha sido construir un relato donde todo cuanto hicieran las autoridades catalanas se colocara bajo sospecha. Se inventaron unas declaraciones del president Puigdemont para presentarle como un político insensible que seguía obsesionado con el procés, incluso entre cadáveres  y escombros. Cuando se descubrió la mentira, manipularon una circular de Interior sobre la colocación de bolardos y obstáculos donde se omitía la referencia a las fiestas navideñas para culpar a Ada Colau y, de paso, a la Generalitat.

Cuando eso falló porque salió a la luz la verdadera circular, aparecieron dos sindicatos de la policía y la Guardia Civil, SUP y AUGC, para criticar su supuesta exclusión política por “dar imagen de un estado catalán autosuficiente”, asumiendo sin ambages el discurso paranoico fabricado desde esos medios de comunicación y organizaciones de derecha extrema que existen en España, aunque no queramos verlas.

Cuando quedaron en evidencia la frivolidad y la inconsistencia de esas imputaciones, se agarraron al correo personal de un policía local belga porque, mientras se polemiza con eso, no discutimos por qué la policía no informó ni siquiera a la Guardia Civil de que había llegado a pinchar el teléfono del imán de Ripoll hace diez años, o por qué el mismo imán pudo moverse libremente durante meses entre España y Bélgica intentado reclutar terroristas.

Es el momento de dejar solos en la locura de sus teorías conspirativas a quienes reclaman unidad pero no hacen otra cosa que buscar la manera de dividir, enfrentar y manipular la indignación y el dolor de las víctimas y por las víctimas para reforzar un delirante discurso político contra Catalunya. La manifestación de Barcelona ofrece una gran oportunidad para empezar.