El mejor resumen de la entrevista que la Sexta hizo al presidente Puigdemont lo publicó ayer Elisenda Paluzie en Twitter, en un tuit que recordaba la bromita que Jordi Évole hizo al Molt Honorable: "Avíseme si entra la Guardia Civil, porque no los veré."

Estos días he visto españoles proclives a hacer bromitas de mal gusto a sus amigos catalanes, probablemente para banalizar una situación que, en el fondo, saben injusta. También veo catalanes que pierden la paciencia que habían tenido con amigos españoles que justifican el matonismo de Madrid o incluso lo alimentan y animan.

Yo mismo me encontré ayer por la noche a mi madre con un disgusto de muerte porque había oído unas declaraciones de Andrea Levy. "Esta niña se ha sentado en nuestra mesa por Navidad", me soltó como si le hubieran profanado la casa. Sin las amenazas de la policía y los fiscales, las heridas de la historia no habrían tomado de repente tanta profundidad.

Para afinar su equidistancia, quizás a Évole le habría ido bien que algunos de sus antepasados hubieran sido encarcelados, fusilados o arruinados en nombre del imperio catalán o que los Mossos d'Esquadra corrieran por el país amenazando a los activistas partidarios de la unidad de España.

Evidentemente no le quiero ningún mal al periodista. Pero sí que quiero poner de manifiesto hasta qué punto se notaba que se sentía más protegido que el presidente Puigdemont, y como eso condicionó el tono de la entrevista y su recepción polarizada -por ejemplo, he quedado sorprendido de ver que mi profesor de guitarra Toni Xuclà, que recuerdo muy dócil y poco politizado, había escrito una carta a Évole llena de indignación, viralitzada a través de whatsapp.

Puigdemont no se defendió bien porque tuvo miedo de decir una cosa tan sencilla como que CiU se ha pasado 30 años llenándose los bolsillos y tratando de criaturas sus electores por miedo de las represalias españolas, pero que ya basta. En cambio, Évole actuó como estas vedettes narcisistas que disfrazan sus posiciones de buenrollismo o de falso sentido de la justicia, para disimular su enfermizo afán de reconocimiento.

La entrevista me recordó los tiempos en que Albert Rivera parecía un gran orador porque los políticos convergentes se defendían contrahechos por el imaginario autonómico, que ellos mismos habían creado para no hacer enfadar a España. Incluso me vinieron en la cabeza las conversaciones que Soler Serrano y Josep Pla tuvieron en la radio y en la tele en los años 60 y 70.

Soler Serrano: ¿Cómo viene usted el futuro del catalán?

Josep Pla: Bueno, ya conoce la situación.

Gracias a Rajoy, el margen para enmascarar la ocupación militar de Catalunya se va reduciendo de forma dramática. A corto plazo, eso tendrá consecuencias en las relaciones personales, y los que vivían cómodamente instalados en el proceso de putrefacción del país podrán darse la razón diciendo que perderemos más que ganaremos.

Pero como explicaba Carles Boix en un artículo en Jot Down las relaciones de dominación ensucian todas las partes sin remedio. Los que se encuentran en una posición de fuerza injustificada se vuelven cínicos porque nunca se sienten genuinamente reconocidos y aceptados, mientras que los sectores sometidos a un poder extraño también acaban abrazando el cinismo a base de sentirse prostituidos y utilizados.

En su exilio sudamericano, Américo Castro escribió: "El castellano ha de confesarse con el catalán y viceversa". Esta confesión no se produjo durante la Transición porque el ruido de sables era demasiado fuerte y las heridas de la historia, demasiado recientes. Heribert Barrera fue uno de los pocos políticos que tuvo el coraje de advertir que los cimientos de la Constitución eran injustos.

El referéndum habría permitido tener conversaciones pendientes si los políticos y los periodistas -especialmente los jóvenes- no hubieran sido tan cínicos y cobardes. Ahora la verdad hará más daño porque se ha convertido en un problema personal de mucha gente. El hecho de que la carta irónica de Albert Pla haya podido pasar por seria da una idea del nivel de contaminación y de maldad que hay en el debate sobre Catalunya.

El derecho a la autodeterminación ya había sido votado y aprobado por el Parlamento en dos ocasiones, cuando la mayoría se pensaba que la comedia podría durar eternamente y Évole no salía todavía enm la televisión. Ni en Barcelona ni en Madrid hay políticos que vean mucho más allá de su partido. Pero por más que los política se comporten como si estuvieran en la barca de los Hermanos Marx eso no quiere decir que no se acerque una tormenta de las buenas, ni que se pueda impedir o instrumentalizar.

En el tuiter leo una pion|tuitero que habla de infierno democrático. No sabría definir mejor los tiempos que se acercan. Todas las imposturas de la transición quedarán chamuscadas hasta la ceniza. Porque ya no importan ni los fiscales ni la policía, ni los diarios, ni las estrategias de los políticos y sus asesores. Ya sólo importa el espíritu y el sentido de la supervivencia.