Jordi Graupera ha publicado un artículo en el diario Ara sobre la victoria de Donald Trump que toca un aspecto primordial, y poco tratado, de este fenómeno que los políticos y los diarios denominan populismo. El artículo empezaba explicando que el pasado 20 de octubre la empresa Otto, que pertenece a Uber, realizó el primer viaje por autopista de un camión sin conductor.

Graupera recordaba que Trump consiguió los porcentajes más altos de apoyo en las zonas de los Estados Unidos donde predominan los trabajos rutinarios. Su tesis era que el candidato republicano había aprovechado mejor que su rival, Hillary Clinton, el miedo que hacen los efectos de la robotización y el impacto que la inteligencia artificial empieza a tener en el mercado de trabajo.

Estos días circulaba por Twitter un mapa que distribuía, por territorios, los oficios más habituales de los norteamericanos. Quedé sorprendido al descubrir que en 28 de los 48 Estados que conforman la Unión el oficio más común es el de camionero -truck driver. El mapa dejaba en ridículo el optimismo de uno de los libros más influyentes de los últimos 15 años, el best seller de Richard Florida, The Rise of the Creative Class (2002).

La fantasía de que un grupo de ciudades podían acumular toda la creatividad y toda la riqueza del mundo democrático sin pensar en sus respectivos países ha servido para que Occidente planteara en el campo de la cultura urbana la batalla con las economías emergentes demográficamente más fuertes y militarmente más bestias. Esta fase se ha acabado y asistiremos a una feroz lucha entre el talento y la tecnología que Florida y sus propagandistas no habían previsto.

Siempre que la tecnología da un salto, los núcleos de poder intentan utilizar los avances para ponerlos a su servicio; es decir, que más que liberar el talento y socializarlo, intentan domesticarlo a su favor. La misma revolución digital ha servido para aumentar la desigualdad, pero no ha servido para impulsar la economía, que en la década de Internet a duras penas ha crecido un 0,5 por ciento anual en los Estados Unidos.

A partir de la idea de que la digitalización del mundo no ha dinamizado la economía como lo hizo la mecánica a comienzos del siglo XX, se han publicado ensayos pesimistas sobre el impacto social que tendrá el desarrollo de la inteligencia artificial. Me parece que se dice que el coche y la radio trajeron más desarrollo que Internet porque entre el Ipad y nosotros todavía no ha habido ninguna guerra seria.

Trump es un efecto del control que la tecnología ha dado en las agencias estatales sobre la vida y el pensamiento de la gente. Aunque sea un animal, representa una revuelta contra la deshumanización de los liderazgos políticos, en una época marcada por la progresiva automatización del mundo y la dictadura de la imagen y las redes sociales.

Hillary Clinton, tan artificial y previsible, anticipaba el mundo de los camiones sin conductores, las plantas de Amazon sin mozos de almacén o de las músicas y los libros creados por robots. La limitación de los autómatas es que, por muy inteligentes y sofisticados que sean, no pueden tomar decisiones morales y, por lo tanto, finalmente no se sienten responsables de nada de lo que hacen.

Clinton, igual que muchos políticos nuestros, daba la impresión de operar como un robot casi perfecto de estos que dicen que quitarán el trabajo a los oficinistas e incluso a los escritores y a los músicos mediocres. Transmitía una continuidad maquinal, vacía, programada, de encuesta sociológica. ¿Con qué esperanza podían proyectar el futuro las víctimas propiciatorias de la inteligencia artificial?

El llamado populismo es una reacción contra las respuestas automatizadas de un sistema que simula una humanidad que, en realidad, ha perdido. No es casualidad que los políticos que intentan transformar la sociedad a partir de su experiencia y su pensamiento sean criminalizados por ordas de discursos previsibles, ni que las encuestas electorales no den ni una.

El sistema tilda de populismo cualquier intento de encontrar una solución democrática al abismo que los avances tecnológicos han hecho emerger entre el discurso de los políticos y la vida concreta de las personas. Lo que hace exitoso al populismo y tan fácil de criminalizarlo por parte de los que tienen el talento comprado por el sistema es que es una expresión humana y por lo tanto imperfecta de la política.

Es significativo que la mayoría de políticos jóvenes que han venido a regenerar el estado tengan un discurso tan fácil de automatizar, tan de lista de Spotify. El apogeo del talento y la creatividad que Florida anunciaba en su libro de momento sólo se ha podido trasladar a las instituciones en forma de farsa. Me parece que fui yo quién escribió que la tecnologia volverá a obligar al hombre a luchar por su alma.