Este sábado, mientras mojaba el churro en el chocolate de la mañana, me encontré un artículo de Pérez Andújar en El Periódico que hablaba de los columpios de Barcelona. Aunque tengo un mal recuerdo de estas máquinas de mandar criaturas inocentes al hospital, tuve una niñez regalada y nunca me resisto a volver a ella.

Cuando me puse a leer, tenia la esperanza que Andújar me transportaría a la prehistoria de la Play Station o que me daría alguna idea sobre la situación de los parques de la ciudad -según la doctrina Ada Colau. Enseguida, mi interés por el artículo decayó. Y no porque Andújar haya observado que los niños ricos no se columpian exactamente igual que los niños pobres.

Las obsesiones son el caldo de cultivo de la literatura y cada uno debe poder explotar las suyas. Lo que me aburrió fue el exceso de citas. Para poner un ejemplo, a mí también me gusta El columpio de Fragonard. Pero justamente porque pienso que el cuadro capta con una gracia inefable el sentimiento de la felicidad me guardaría de mencionarlo como si fuera un producto del Black Friday.

El hecho de encontrarme siete figuras del arte universal amontonadas en un texto de seis párrafos, me hizo pensar en la costumbre que muchos articulistas españoles tienen de citar como si fueran energúmenos. Ayer mismo, El Mundo publicaba una Tribuna sobre la Postverdad que empezaba con el diccionario de Oxford y terminaba con Galileo.

Sin tanta artillería, Antoni Puigverd trataba el mismo tema en La Vanguardia con mucha más profundidad. Cuando estás cómodo en tu propio pensamiento, y en tu camisa, no necesitas invocar el canon occidental cada tres frases.

Evidentemente se puede citar para celebrar la tradición o para jugar con ella. Pero la cita muy a menudo es un recurso para barnizar de amor a la cultura, o de sapienza, los complejos, el servilismo y la falta de imaginación.

Néstor Luján, que era un citador profesional, se convirtió en una broma de si mismo a copia de abusar de los clásicos, para huir de la censura. Justamente porque ya está todo dicho, la gracia que tiene escribir es que te permite intentar explicar las cosas de la forma más concreta, eficaz y personal posible.

Cuando no hay libertad, la impostura cultural te protege, pero a veces el problema simplemente es de coraje. Si te expones a pensar por ti mismo puede ser que cruces una ralla y que alguien te ridiculize o te busque las cosquillas.

Volviendo a mi querido Puigverd, la exhibición de erudición que hace en su último libro también sería digno de servir de ejemplo. Estoy seguro que la textura cadavérica de la obra, y la acumulación de referencias culturales, guarda relación con los intentos que el autor hace para dejar bien claro que es un hombre más amansado incluso que Jordi Amat.

En general, los catalanes abusan de la cita para disolver su identidad, y amortiguar el peligro de entrar en conflicto con el Estado. En cambio, los españoles tienden a citar para disfrazar sus orígenes personales y los fundamentos autoritarios de su mundo con el prestigio democrático de la cultura occidental.

Con esta lógica, bajo el paraguas de la cita abusiva y de la impostura cultural, se va forjando una magnífica alianza bilingue de columnistos de centro facha. En catalán, la impostura cultural suele hacer hedor de puritanismo montserratino y de capellanismo de posguerra, mientras que en castellano la indigestión libresca se prepara con un poco de resaca y de insolencia de extraradio.

Así vamos escribiendo entre todos la historia de España, con gran moderación y equidistancia. La wikipedia siempre a mano:

"ROMÁN.- Que inventan ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones. Pues confío y espero en que estarás convencido de que la luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó.

SABINO.- Acaso mejor."