Tal día como hoy del año 1859, hace 158 años, las Cortes españolas votaban la declaración de guerra al sultanato del Marruecos, abriendo un conflicto militar que se prolongaría hasta el 26 de abril de 1860. Aquel conflicto, conocido como la Guerra de África, se saldó con más de 10.000 víctimas mortales y el tratado que puso fin, denominado tratado de Wad-Ras, no satisfaría ni las aspiraciones españolas —que consideraban insuficientes los beneficios obtenidos— ni las marroquíes —que denunciaban abusivas las compensaciones de guerra que se los imponían. En cambio, las potencias europeas con intereses en la región resultarían, a medio plazo, las grandes beneficiadas. En aquel conflicto militar destacaría la figura del catalán Joan Prim, general del cuerpo de reserva.

Aquella guerra venía precedida de una serie de escaramuzas fronterizas en torno a las ciudades de Ceuta y de Melilla, que se remontaban al año 1845. Pocas semanas antes del inicio del conflicto los marroquíes arrancaron los palos que marcaban la frontera y los españoles penetraron en territorio ajeno a talar árboles para reponer los hitos. La estrategia del gobierno español pasaba por provocar la guerra. Los observadores de la época dirían que aquella guerra se fabricó para desviar el conflicto social y político entre liberales y carlistas, cabe a un clima patriótico que tenía que generar un gran consenso social en torno al gobierno del liberal moderado O'Donell. Las mismas fuentes citan que la pobreza de recursos del territorio ni siquiera justificaba los intereses coloniales

El pretexto para justificar la invasión fue "el ultraje inferido al pabellón español por las hordas salvajes​" en las afueras de Ceuta. Una buena parte de la sociedad española tuvo una reacción de patriotismo exacerbado como no se veía desde las guerras napoleónica (1808-1812). Algunos liberales catalanes se alistaron voluntarios. Y también algunos carlistas catalanes que habían combatido contra los liberales que, desde el gobierno habían declarado aquella guerra, se alistaron. También la Iglesia católica, que desde varias posiciones había combatido el liberalismo, se añadió a la oleada de patriotismo visceral que recorría España y animaría a los soldados españoles a “no volver sin dejar destruido el islamismo, arrasadas las mezquitas y clavada la cruz en todos los alcázares".