Tal día como hoy, hace 183 años, en Prats de Lluçanès (Lluçanès) estalló la primera Guerra Carlista en Catalunya. En Madrid había muerto Fernando VII y la coronación de su hija Isabel II provocó la sublevación de los partidarios de Carlos –hermano del difunto y tío de la criatura–. La fractura ideológica, por todas las Españas, era patente. En un contexto europeo de revoluciones y contrarrevoluciones, liberales versus conservadores, Isabel se había convertido en la esperanza de los liberales, incluso antes de ser coronada. Y los tradicionalistas se habían concentrado en torno a la figura de Carlos, nombrado el Pretendiente.

Pero este conflicto tenía muchos cantos, que se ponían de relieve en función de las particularidades de cada territorio. Al margen del conflicto Revolución versus Involución o, si se quiere, Constitucionalismo versus Absolutismo, en Catalunya los liberales proponían convertir España en un Estado federal, regiones que tenían que tener una relación simétrica con el poder central. Mientras que los carlistas defendían el retorno al status anterior a 1714, las Españas –en plural– de los Habsburgo. Un modelo de Estado asimétrico. Una confederación de naciones que tenían un rey en común y que formaban una patria común.

En Catalunya este conflicto, también, estaba muy envenenado por las tensiones entre la burguesía urbana y el campesinado rural. Desde el siglo anterior el sector agrario había experimentado una progresiva dependencia con respecto al entramado fabril urbano, que había provocado crisis dramáticas en el campo catalán. El liberalismo se nutría de las clases mercantiles urbanas. La burguesía que amasaba la Revolución Industrial. Y eso explica por qué el mundo agrario se alineó en bloque con la causa carlista, incluso los jornaleros sin tierra. Y explica, también, por qué el estallido de la guerra se produjo en Osona, una comarca muy poblada pero básicamente rural y agraria.