Tal día como hoy del año 259, hace 1.758 años, eran quemados vivos -atados a una estaca- Fructuós, Auguri y Eulogi, los elementos más destacados de la clandestina comunidad cristiana de Tárraco -la Tarragona romana- y de su territorio inmediato. La ejecución fue presentada como una demostración pública y notoria de fuerza del poder y se llevó a cabo en la arena del anfiteatro, un equipamiento con capacidad para 10.000 espectadores destinado a espectáculos de masas, básicamente luchas y batallas con personas y animales. Con la muerte de Fructuós -obispo-, y Auguri y Eulogi -diáconos-, la numerosa -y clandestina- comunidad cristiana de Tárraco quedaba literalmente decapitada.

Una representación de Tárraco

La historia lo presenta como el primer martirologio cristiano en las provincias de Hispania. Pero, al margen de este hecho, la ejecución de la curia cristiana de Tárraco nos dibuja el paisaje social de la metrópoli hispánica. Tárraco, con 30.000 habitantes, era la gran urbe de la Hispania romana. Barcino (Barcelona), Ilerda (Lleida) o Emporion (Empúries) no superaban los 5.000. La capital política, cultural y económica de facto del espacio peninsular. Dos siglos antes Pablo -uno de los apóstoles más relevantes- consciente de la importancia de la ciudad, había empleado muchos esfuerzos en crear una comunidad estable que impulsara la difusión de su mensaje al conjunto de los territorios hispánicos.

El año 259 las comunidades cristianas se habían convertido en lobbies clandestinos que ejercían una gran influencia en todos los estratos de la vida urbana. Los estamentos de poder, formados por una oligarquía terrateniente de origen colonial -el patriciado urbano-, contemplaban el cristianismo como una forma de contestación a las profundas desigualdades -sociales, políticas y económicas- que marcaban aquella sociedad. El Imperio ya estaba sumido en una profunda crisis que ponía en cuestión el sistema. Y el cristianismo, más que una religión, era una ideología que había arraigado con fuerza en las capas más humildes de la sociedad urbana. Y que prosperaba, progresivamente, hacia estratos medios haciendo temblar el modelo de poder, y de rebote el status de los privilegiados.