Tal día como hoy del año 1239, hace 778 años, Jaime I -conde independiente de Barcelona, Rey de Aragón y señor de Montpellier- firmaba el primer documento que establecía las normas de la vida común y de la ordenación política y jurídica de la ciudad de València. Este primer documento y los que lo seguirían se inspiraban en los Usos de Barcelona, las Costums de Lleida y los Fueros de Zaragoza, en aquellos años las tres grandes ciudades de los dominios de Jaime I y los modelos de autonomía municipal más desarrollados. La compilación de esta documentación se transformaría en las Costums de València -más adelante denominados Furs- y se aplicarían al conjunto del País Valencià.

La redacción y promulgación de los Furs de València expresa -y explica- el especial interés del rey Jaime I en la constitución del Reino de València como entidad política propia y diferenciada de Barcelona y de Aragón. Los Furs fueron la respuesta de Jaime I al conflicto que había surgido entre las clases aristocráticas catalanas y aragonesas que habían participado activamente en la empresa militar conquistadora del País Valencià. Unos y otros rivalizaban por incorporarlo a sus respectivos edificios políticos de origen. Pero no por una cuestión de patriotismo, como podría parecer en una primera impresión, sino por intereses personales y familiares de sus respectivas estirpes nobiliarias.

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El brazo eclesiástico de las Corts valencianas medievales

Catalunya era un país feudal, que quería decir que los estamentos nobiliario y eclesiástico tenían tanto o más poder -político, económico y militar- que el conde-rey. En cambio Aragón era un país señorial, que quería decir que el Rey ejercía una autoridad no negociada, pero en cambio -paradójicamente- la relación entre la corona y la nobleza militar era mucho más estrecha y estaba llena de servidumbres de los unos hacia los otros. Jaime I quiso crear un país nuevo -el Reino de València- sobre el solar de las antiguas naciones norte-ibéricas de los ilercavones, los edetanos y los contestanos, donde poder ejercer su condición real con más libertad. Y lo dotó de unas Constituciones propias que serían vigentes durante cinco siglos, hasta que el primer Borbón español las liquidó a sangre y fuego (1707).