Tal día como hoy del año 1815, hace 202 años, las potencias europeas ganadoras de las guerras napoleónicas reunidas en Viena -para redibujar el mapa político de Europa- votaban un acuerdo de carácter universal que abolía el tráfico de esclavos. Este acuerdo hacía expresa referencia al tráfico, pero en ningún caso penalizaba la tenencia. Gran Bretaña -como potencia ganadora- conseguía imponer sus tesis, aunque quedaban en la categoría de "recomendaciones". La sociedad británica -inmersa en unas profundas transformaciones sociales por efecto de la industrialización- había librado una intensa batalla -ideológica y política- que habían ganado los abolicionistas.

Las relaciones comerciales entre la burguesía mercantil catalana -en proceso de industrialización de su actividad- y las oligarquías criollas de la América colonial -que basaban su riqueza en la mano de obra esclava- eran muy intensas. En este contexto surgió un tráfico ilegal -un mercado negro- formado por armadores catalanes que burlándose los bloqueos navales seguía proveyendo a los mercados de esclavos de Cuba o de Puerto Rico. El antropólogo Gustau Nerín -periodista de El Nacional- publica en Pòrtic un excelente trabajo de investigación Traficants d'ànimes. Els negrers espanyols a l'Àfrica -muy recomendable- que ha sido premiado con el Carles Rahola de ensayo

En Catalunya destacaron -entre muchos- los traficantes Pere Gibert -de Altafulla-, Francesc Rovirosa -de Vilanova i la Geltrú-, Antoni Vidal -de Sant Feliu de Guíxols- o Pere Manegat -de L'Escala-, personajes que, con anterioridad, ya formaban parte de sus respectivas élites locales. Pero los que hicieron una fortuna colosal con el tráfico de personas -entre algunos- fueron los Samà -de Vilanova i la Geltrú-, los Vidal-Quadras -de Sitges- y los López-Güell -de Barcelona. Estirpes que se convirtieron en las élites económicas de Catalunya. Fortunas que serían el origen de los capitales de una parte importante de la iniciativa fabril y bancaria de la Catalunya de la Revolución Industrial.