Tal día como hoy del año 1716, hace 301 años, se ponía la primera piedra de la construcción de la Ciutadella, que sería el elemento principal de dominación y represión borbónica sobre la capital de Catalunya. Había pasado más de un año de la caída de Barcelona (11 de septiembre de 1714), y las nuevas autoridades franco-españolas habían planificado varias obras de gran envergadura que contemplaban revertir el papel histórico de la ciudad. La administración borbónica pretendía despersonalizar Barcelona transformándola en un gran cuartel militar. Varios edificios civiles, como la Universitat o como las Drassanes, fueron convertidos en instalaciones militares. Pero la pieza clave de aquella estrategia era la Ciutadella, una fortaleza incrustada dentro de la ciudad.

Para incrustarla dentro del perímetro amurallado de la ciudad, las autoridades franco-españolas planificaron y ordenaron el derribo del barrio de la Ribera, situado sobre el solar del actual Parc de la Ciutadella. Cuando se derribó la Ribera -denominada tradicionalmente Quarter (referido a barrio) de Mar- era la zona más poblada de la ciudad. Era un conjunto de más de 1.000 casas que representaban la quinta parte de la trama urbana y de la población de la ciudad. 5.000 personas -el equivalente a la población de ciudades importantes del Principat como Girona, Vic, Mataró o Reus- fueron desalojadas por la fuerza de sus hogares y de sus negocios, en la operación de desahucio más dimensionada y más trágica de la historia de Barcelona.

Empieza la construcción de la Ciutadella. Esbòs de l'Arsenal

El derribo de las casas y el desahucio de los residentes comportó la desaparición de una red industrial y comercial muy potente formada por curtidurías, molinos, saladeros, mataderos, obradores de basto, tiendas, almacenes y mercados de fruta, de verdura y de aves de corral. Y también la desaparición de una red de instalaciones de ocio, como el Juego de Pelota -el espectáculo preferido de los barceloneses de la época- o como las tabernas. Con aquel derribo monstruoso también se puso fin a la red asistencial del barrio: el Hospital de Santa Marta desapareció para siempre. Los efectos del derribo comportaron la ruina de miles de personas -condenadas a la miseria y obligadas a vivir en la playa-, y comportó, también, el empobrecimiento de la ciudad, que perdía su motor económico y social. Era el castigo que el Borbón imponía a las clases populares barcelonesas.