Tal día como hoy del año 1643, hace 374 años, Felipe IV -rey de la monarquía hispánica- destituía fulminantemente a su privado -ministro plenipotenciario- Gaspar de Guzmán y Pimentel, más conocido como el conde-duque de Olivares, que había ejercido el cargo durante 21 años. Al poco tiempo de asumir el cargo (1625) la monarquía hispánica se declaró en bancarrota por la suma de varias causas: el brusco paro de los envíos de oro y plata americanos -por agotamiento de las minas-, los escandalosos casos de corrupción -protagonizados por destacadísimos miembros de la Corte de Madrid-, y el gasto militar desbocado para mantener las guerras en el continente europeo.

El plan de choque de Olivares pasaba por controlar las haciendas forales de todos los reinos de la monarquía hispánica y disponer libremente de sus gobiernos y de sus recursos. En el memorial al Rey decía: "no os contentéis con ser Rey de Portugal, de Aragón, de València y conde de Barcelona, sino que trabajéis (sic) con el fin de reducir estos reinos que componen España al estilo y a las leyes de Castilla". Con el pretexto de acabar con el bandolerismo ordenó la ocupación militar del Principat. El sonoro fracaso de esta maniobra lo llevó a declarar la guerra a Francia con el propósito de asolar y devastar Catalunya, convirtiéndola en un gigantesco campo de batalla.

La presencia de los Tercios de Castilla no hizo más que alimentar la espiral de violencia. Los grupos bandoleros, enfrentados hasta entonces, se unieron para combatir al invasor. Y la guerra con Francia fue la chispa que encendió la revolución. El Tercios de Castilla, alojados en las casas particulares contra la voluntad de sus propietarios, perpetraron robos, incendios, secuestros, violaciones y asesinatos, que quedaban impunes porque el país había sido delimitado como zona de guerra, por lo tanto objeto de botín y pillaje. La independencia de Portugal (1640) y de Catalunya (1641) marcan el fracaso de Olivares. Destituido y desterrado, murió abandonado y desprestigiado poco después.