Tal día como hoy del año 1594, hace 423 años, Enrique de Borbón y de Albret, jefe político y militar del partido hugonote, era coronado rey de Francia. Era el primer Borbón que se sentaba en el trono de París y sería, también, el iniciador de una dinastía que gobernaría Francia ininterrumpidamente durante 199 años, hasta la revolución de 1793. Enrique de Borbón se convirtió en candidato a reinar después de la muerte repentina y seguida de todos los miembros de la familia real francesa. Con el camino desbrozado, sólo su confesión protestante le impedía acceder al trono. Francia era un reino oficialmente católico, y fue entonces cuando pronunció la frase "Paris vaut bien une messe" ('París bien vale una misa').

Durante medio siglo Francia había estado inmersa en una guerra civil -mal denominada "de religión"- que ocultaba un conflicto entre las familias más poderosas del reino. Estirpes que se disputaban a sangre y fuego la más que probable herencia de una dinastía decrépita -los Valois- que tocaba a su fin. El conflicto tuvo una especial incidencia en las naciones de la mitad sur del reino: Occitania. Al inicio de la guerra, Occitania era una de las regiones más ricas y más pobladas de Europa. Y a su finalización era un inmenso solar devastado. La guerra fue la causa del éxodo más importante de la historia occitana, que se dirigió hacia Catalunya y en menor medida hacia el Reino de Valencia.

A mediados de la centuria de 1500 -coincidiendo con el inicio del conflicto francés-, Catalunya era un país con un gran potencial pero con un bajo nivel de población. Las grandes epidemias medievales, las grandes crisis sociales y económicas y las guerras civiles continuadas habían diezmado la población hasta dejarla reducida a los niveles estimados del año 1200. Con 250.000 habitantes y un país por construir, Catalunya se convirtió en el destino prioritario de aquellos occitanos que huían de la violencia y de la muerte. Durante 50 años se produjo una inmigración occitana colosal, que contribuyó a duplicar la población catalana. Posteriormente se mantendría un goteo constante que no cesaría hasta 1710.

Aquella inmigración tuvo unos efectos determinantes sobre la sociedad catalana. Las fuentes historiográficas delatan que los catalanes de 1500 eran gente perezosa y extremadamente violenta. Muchas masías y tierras dañadas durante la guerra dels Remences (1485) continuaban desocupadas. Y las mismas fuentes revelan que una cultura social que desconfiaba de la justicia y que sacralizaba la violencia hacía que -en algunas zonas de la Catalunya central- las muertes violentas alcanzaran tasas de hasta el 15% del total de defunciones. Con la incorporación de los occitanos al edificio social catalán surgiría un mercado de competencia laboral que estimularía la cultura del trabajo.

Pero su aportación más decisiva sería en la lengua. Los occitanos hablaban una lengua que tenía muchas similitudes con el catalán. Tanto en su variedad dialectal gascona, como en el languedociano. La incorporación de los occitanos al edificio cultural catalán produjo un mestizaje que conduciría la lengua catalana a la modernidad. La variante local del catalán de Barcelona tiene una fuerte influencia de la lengua occitana. Pero, sobre todo, la migración occitana contribuiría al crecimiento de la masa de hablantes, hasta situar el catalán a un nivel suficiente para resistir la expansión de la lengua de Estado -el castellano-, que en los siglos posteriores devoraría las lenguas peninsulares más minorizadas.