Que un día después de la sentencia que condena al expresident de la Generalitat Artur Mas a dos años de inhabilitación por llevar a cabo un proceso participativo no vinculante, en el que votaron más de 2,3 millones de personas, el Parlamento de Westminster acoja en una de sus salas al conseller d'Exteriors de la Generalitat es un hecho relevante en un Estado donde la diplomacia siempre ha sido muy importante. Que la visita del conseller Romeva a Londres fuera para comparecer en un grupo de trabajo de las dos Cámaras legislativas para explicar la determinación del Govern a celebrar un referéndum en Catalunya, antes de que acabe el mes de septiembre, es un ejemplo más del interés político que despierta la posición catalana en el tablero continental.

Si en política la simbología es a veces tanto o más importante que el hecho en sí mismo, es evidente que el Govern se ha anotado un tanto político con su muy escasa diplomacia paralela. A veces impugnada, otras maniatada y en la mayoría de las ocasiones desacreditada por el Gobierno de Mariano Rajoy. Las paredes de Westminster han escuchado este martes como un representante político independentista catalán explicaba a una veintena de parlamentarios de seis grupos políticos de la Cámara de los Comunes y de los Lores que el Gobierno español utilizaba las leyes y la Justicia como un arma para enfrentarse a sus opositores políticos y la seria amenaza que se cierne sobre la democracia española por la creciente y preocupante ausencia de separación de poderes entre el ejecutivo y el judicial.

Más allá de la expectación y el morbo que despierta una cita política poco usual, no deja de ser sorprendente que el Congreso de los Diputados se niegue a escuchar cual es la posición del Govern catalán y de su Parlament y que, en cambio, sí sea del interés de los parlamentarios británicos. La calidad de la democracia se mide en estos detalles y en la amplitud de miras de su clase política. Es un placer escuchar a Jeremy Corbin, el líder del Partido Laborista desde 2015, el equivalente al Partido Socialista, decir que ellos no bloquearán en Westminster un nuevo referéndum de independencia en Escocia si el Parlamento de Edimburgo así lo acuerda. Realmente, el sentido de la democracia de unos y de otros tiene poco que ver por más que lo más fácil siempre sea esconder la cabeza debajo de sentencias y tribunales.