Cuando hace unos meses, el comisario del Cuerpo Superior de Policía José Manuel Villarejo reconoció ante el juez que agentes de los servicios de seguridad del Estado habían planificado y actuado en la denominada Operación Catalunya, que tenía como objetivo desacreditar a los líderes del independentismo, se hizo oficial algo que en cualquier Estado europeo habría tenido consecuencias sin duda irreparables para el gobierno de turno. Una policía política sin control judicial alguno había empezado a actuar desde el Ministerio del Interior y el dinero de los fondos reservados había servido para ir contra grupos políticos democráticos y parlamentarios.

Desde aquel mes de julio, el goteo de informaciones ha sido incesante. Tan pronto se conocía que una partida de 500.000 euros se había utilizado para robar los datos bancarios de la familia Pujol en Andorra, como otras lindezas de la guerra sucia salían a la luz pública. Normalmente, siempre se ha ido conociendo información con cuentagotas ya que solo se filtraba cuando agentes policiales chocaban con sus jefes o cuando algún implicado en alguna de las tramas de corrupción tenía procesos judiciales en marcha y desvelaba una parte de lo que sabía en un intento de presionar a sus exjefes o a sus examigos.

Ahora hemos tenido un nuevo caso. Una ramificación de la Operación Catalunya. Un imputado en lo que se conoce como el caso Púnica (una trama de corrupción que adjudicó alrededor de 250 millones en Madrid, Murcia, León y València), Alejandro de Pedro, ha explicado que había recibido 80.000 euros en efectivo para realizar diversos servicios en las redes sociales contra la independencia de Catalunya por encargo del CNI. Su función era intoxicar en la red en foros independentistas catalanes y difundir noticias positivas sobre la sociedad y la economía española. Lo más preocupante de todo es que sólo conocemos la superficie de la Operación Catalunya y que el silencio de los partidos españoles es literalmente aterrador.

Por cierto, la dimisión de José María Aznar de la presidencia de honor del PP es sobre todo un enorme titular de prensa. La verdad es que Aznar y Rajoy ni se hablan desde hace mucho tiempo y que el expresidente ni se identifica con la política del partido que refundó y lideró en el pasado ni sabe vivir sin ser el referente (único) de la derecha española. Y, con el tiempo, no hace más que repetirse que la designación de Rajoy como heredero fue un error.