La concesión a la Unión Europea del premio Princesa de Asturias de la Concordia 2017 anunciada este miércoles en Oviedo por difundir valores como la solidaridad y los derechos humanos es cuando menos chocante. Que mientras mueren en el Mediterráneo miles de personas cada año tratando de llegar a Europa y los Estados de la UE aún no han llegado al porcentaje del 15% de inmigrantes que se comprometieron a acoger se premie a quienes la dirigen es lamentablemente una prueba más del alejamiento de la gobernanza europea de las demandas de sus propios ciudadanos.

Claro que Europa ha hecho mucho por los valores que dice defender y que la UE ha sido, en muchos momentos, una plataforma imprescindible para aglutinar el bienestar de un gran número de ciudadanos. Pero ni puede seguir viviendo del pasado por muy exitoso que haya sido en ocasiones ni tampoco atenazada por el miedo ante la mirada complaciente de la gran mayoría de los diferentes estados que han establecido de hecho una frontera que impide a los inmigrantes que consiguen cruzar el Mediterráneo avanzar por el continente. Europa es hoy sobre todo un proyecto económico, falto de valores hacia los más necesitados, e inmune a cualquier demanda humanitaria. ¿Es esa la Unión Europea que se quería construir?

La mirada complaciente de los gobernantes de Bruselas no debía ser premiada en esta ocasión. Quizás en años anteriores sí y esperemos que en posteriores también. Pero el año 2017, en que la UE ha sido acusada por Naciones Unidas de violar derechos humanos, seguro que no. Médicos Sin fronteras, Manos Unidas, Unice, Aldeas Infantiles y personalidades de prestigio que lo han recibido con méritos suficientes en los últimos años se merecían un compañero de viaje mejor. Aunque hubiera sido solo como un toque de atención por parte de una institución a cambiar la inhumana política hacia los inmigrantes que el año pasado se cobró más de 6.000 vidas en el Mediterráneo.