Habrá que decirlo alto y claro después de tantos años de maltrato a los Mossos d'Esquadra y de comparaciones siempre peyorativas por parte de algunos políticos y medios de comunicación respecto a otras fuerzas y cuerpos de seguridad. Los Mossos han demostrado en las últimas horas, por si había dudas, que no eran aquella policía "de fireta", poco profesional, con una preparación mediocre y muy politizada, que durante años se ha querido presentar a la opinión pública como un cuerpo de segunda, una circunstancia "normal" ya que la seguridad es una cosa muy seria y debía llevarse desde Madrid. Aquella policía que no se podía sentar, por exigencia del Ministerio del Interior, en los organismos oficiales internacionales y a la que se le negaba información valiosa para hacer su trabajo porque era material sensible y este, claro está, es privilegio de los estados. Era toda una aberración policial; pero era una decisión política.

Con nivel cuatro de alerta terrorista en los últimos tiempos, la Junta de Seguridad de Catalunya ha estado ocho años sin reunirse y eso que todos los consellers de Interior del Govern de Catalunya en este tiempo lo habían intentado, hasta que, hace unas semanas, el president Puigdemont, en un acto de fuerza, lanzó un serio ultimátum al Estado: la iba a convocar aunque el Gobierno español dejara sus sillas vacías en la reunión. Y el Gobierno español flaqueó, por primera vez, y la Junta de Seguridad se celebró en Barcelona. Fue una decisión tardía pero inteligente. ¿Qué diría hoy el ministro Zoido? ¿De qué colaboración con la Conselleria d'Interior podría hablar entonces como ha alardeado el Gobierno español en las últimas horas? 

Los Mossos se han doctorado en estas últimas horas como lo que hace ya mucho tiempo que son: una muy buena policía. Y, de paso, han tapado muchas bocas. No ha sido, para muchos, una sorpresa pero sí que será a partir de ahora algo muy valioso en su trabajo. Una labor a veces ingrata y, como no puede ser de otra manera, sometida a la crítica cuando no se hace bien del todo. Se empezó a ver este viernes en las calles de Barcelona: ciudadanos anónimos aplaudiendo a los agentes de la policía catalana en los alrededores de la plaça Catalunya, en una escena del todo inusual pero que no hace más que reflejar la identificación de la ciudadanía con su policía y su agradecimiento. En Cambrils, otro de los puntos negros de estas últimas horas, se produjeron escenas muy similares.

Todo ello, en medio de una operación policial aún no finalizada y que, por lo que sabemos hasta la fecha, tiene como elemento muy relevante la participación de una célula en los atentados que estaría formada por doce miembros. Un ataque que tiene como epicentro Barcelona pero cuyas ramificacions se extienden por diferentes puntos de Catalunya. Desde Alcanar a Cambrils, pasando por Vic, Ripoll, Manlleu y Sant Just Desvern. Un atentado del que nos falta saber aún si la información entre cuerpos policiales fluyó antes de que se produjera con la lealtad exigible entre fuerzas de seguridad. Algo que los ciudadanos esperan que sea así, ya que la protección de su seguridad carece de color político, aunque a veces los que se dedican a este oficio se esfuercen en demostrarnos lo contrario. Por soberbia, por partidismo o por algo más sencillo: displicencia.