La rúbrica del nuevo acuerdo de unidad entre el PSOE y el PSC supone, en la práctica, poner punto y final a la soberanía política del socialismo catalán y tirar por la borda el capital que constituía para el PSOE y para la izquierda en general la singularidad del PSC. Lo más paradójico es que en la Catalunya autonómica tal como la hemos conocido desde los años setenta, el PSC ha gozado estatutariamente de independencia en sus decisiones. Y ahora, en un momento en que el país se plantea un salto adelante, que para unos es la independencia y para otros un estatus diferente con mayores competencias, el PSC se ve obligado a renunciar a su tarjeta de presentación y aceptar una autonomía vigilada en sus decisiones.

Los actuales rectores del socialismo español han sido muy crueles con el PSC. Con su historia política y también con el granero de apoyo popular que siempre ha sido en los momentos de bonanza del socialismo. Porque el PSOE ha pasado por alto que únicamente ha gobernado en España cuando su victoria en Catalunya ha sido abrumadora. Si no, y con buenos resultados en Andalucia, Extremadura o Castilla-La Mancha, ha acabado en la oposición. Pero en un momento en que la recentralización es un hecho y el socialismo catalán está seriamente tocado electoralmente, el consenso para darle el toque de gracia definitivo a su independencia estaba escrito desde el día en que sus diputados no apoyaron la investidura de Mariano Rajoy. Fue el último canto del cisne pero la gota que colmó el vaso de la historia viva del PSOE: desde Felipe González a Susana Díaz; desde Ibarra hasta Bono; desde Zapatero hasta Alfonso Guerra. Desde El País hasta El Mundo, porque la batalla también ha sido mediática y aquí en esto, como en otras cosas, los viejos diarios catalanes han tenido poco a decir, perdidos como están tomando la temperatura de las operaciones diálogo.

Pero el PSOE se equivoca del todo si piensa que acabando con la independencia del PSC se acaban sus problemas. De hecho, empieza su gran problema. Solo podrá volver a gobernar España en el corto o medio plazo en alianza con Podemos ya que sus opciones de ser un partido hegemónico son inexistentes. El discurso del Partido Popular y de Ciudadanos ha acabado implantándose en la política española y su relato ha sido el único que ha sobrevivido (Podemos, al margen). Así, se puede confundir fácilmente cuando se habla, por ejemplo, de la implementación del artículo 155 de la Constitución, el de la supresión de la autonomía, quién es quien lo defiende. Porque Fernández, Rajoy o Rivera lo dicen igual, lo expresan igual y lo piensan igual.