Aunque la victoria de Emmanuel Macron es, en muchos aspectos, un parche para los problemas que tienen por delante Francia y Europa, hay que felicitar a nuestros vecinos por la votación de este domingo. La V República ha salido a flote de su prueba más difícil hasta la fecha y para ello ha tenido que abrirse paso un auténtico terremoto en la política francesa en la primera vuelta de hace quince días, mandando al rincón de pensar a los líderes tradicionales de la derecha y del Partido Socialista. Así ha emergido en unos pocos meses Macron, con una campaña diferente: moderna, europea y sin partido. No tenía estructura, pero tampoco tenía lastres de etapas anteriores. Su juventud y falta de experiencia no eran un problema, ya que el anquilosamiento de los partidos y los errores de la derecha y de la izquierda le facilitaban el trabajo.

En la era de la comunicación, el ir solo no es un problema; el problema es ir mal acompañado. Y todos sus adversarios llevaban cargas demasiado pesadas: desde la corrupción, a etapas de gobierno que sumieron a Francia en el pozo en el que se encuentra. Porque no hay que confundir la victoria de Macron con el fin de los problemas de Francia, que fundamentalmente vienen derivados de su inmovilismo a la hora de abordar cómo tiene que ser una nueva Francia. Jacques Chirac ni quiso, ni pudo, durante 12 años en el Elíseo. A Nicolas Sarkozy, el empuje le duró solo unos meses, el tiempo en que los sindicatos le organizaron una huelga general que no olvidaría y lo inmovilizaría en los cinco años de presidente. Y François Hollande no ha llegado ni a enterarse del cargo que ha ocupado y ha sido una gran decepción, como recogen las encuestas que señalan su impopularidad.

En este aspecto, Macron es una hoja en blanco y toda una incógnita. Bueno, un enigma relativo, ya que su currículum de alto funcionario, especialista en inversión bancaria y ministro de Economía durante dos años con Hollande, le ha granjeado la simpatía de Bruselas y de Merkel. Padrinos importantes, pero veremos si suficientes para los problemas que va a tener por delante. La primera prueba será en unas pocas semanas, con unas elecciones legislativas en las que Macron deberá dar cuerpo a su nuevo partido, En Marcha.

La líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, ha obtenido un resultado agridulce: uno de cada tres franceses le han hecho confianza, pero ha estado en la banda baja de las expectativas que ofrecían algunas encuestas. Seguramente, también de las suyas propias. La barrera era el 40% y se ha quedado por debajo. Francia ha superado un primer match ball y puede respirar tranquila. Pero la política no descansa y Le Pen ha demostrado hasta la fecha una gran capacidad a la hora de rearmarse. De ahí, quizás, el convencimiento de que el Frente Nacional ha cubierto la parte del trayecto que podía hacer como oposición y que, para aspirar a ganar, necesita refundarse. Un traje nuevo.