De entre las muchas estupideces con ambición creativa que hemos oído en estas últimas horas —y créanme que no han sido pocas para aquellos que hemos tenido que estar al tanto de decenas de declaraciones, editoriales o comentarios radiofónicos— sin discusión alguna en la posición más alta del pódium hay que situar al concejal socialista en el ayuntamiento de Barcelona, Jaume Collboni. Segundo teniente de alcalde de Ada Colau y responsable de Cultura entre otras áreas importantes, desplazó a Pedro Sánchez y a Miquel Iceta de cualquier protagonismo en el acto de proclamación del candidato del PSC a la Generalitat con la siguiente ocurrencia: Puigdemont ha hecho un gobierno de ayatolás con la intención de inmolarse, ellos y el país. Más allá del desconocimiento del término exacto de lo que es un ayatolá, literalmente "señal de Dios", que Collboni haya descubierto unos ayatolás en el nuevo conseller de Presidència, Jordi Turull, o en el nuevo responsable de Interior, Joaquim Forn, supone toda una novedad y una gran revelación. No lo eran ninguno de los no hace tanto tiempo. Cuando Collboni negociaba con el primero en el Parlament iniciativas legislativas o con el segundo estos dos últimos años en el ayuntamiento de Barcelona. 

Lo cierto es que ni es el gobierno de los ayatolás ni es necesario que lo sea. En todo caso, es el gobierno del referéndum, que puede tener partidarios y detractores, solo faltaría, pero ante el cual los políticos contrarios deberían tener más presente que representan a una franja muy pequeña —entre el 20 y el 30%— de los ciudadanos que no quieren que se vote en un referéndum la independencia de Catalunya. Que tengan una cuota mediática muy superior, no les da un mayor porcentaje de representación ciudadana.

Lo más paradójico es que Puigdemont debe ser el primer presidente que al tratar de cohesionar al máximo su gobierno y darle la unidad que no tenía ha hecho una purga. No debe ser lo mismo cuando Mariano Rajoy cesa a Alberto Ruiz-Gallardón, que iba por libre en la ley del aborto, al locuaz José Manuel García-Margallo, que cada mes inventaba una solución para Catalunya, o a Jorge Fernández Díaz, incapaz de tapar el hedor de las alcantarillas del Estado.

Los agradecimientos a los servicios prestados publicados en el BOE no despejan el problema que eran aquellos ministros para su presidente. Eso sí, debe ser mucho más cómodo plantear una batalla desde la Moncloa o desde la calle Ferraz contra el Palau de la Generalitat sabiendo que hay fisuras en el rival. No debe ser suficiente con disponer de todos los resortes del Estado. Pero esa facilidad parece normal que el PDeCAT y Esquerra no se la hayan dado a los unionistas. Así de sencillo por más que las aguas de la inventiva creativa de la realidad bajen altas y revueltas.