A estas horas es imposible saber cuánta gente votará en Catalunya en el referéndum. En una acción policial desproporcionada y desmedida, con imágenes dantescas de la Policía Nacional y la Guardia Civil lanzando salvas con sus armas de fuego, disparando pelotas de goma a los concentrados, forzejeando y lesionando ciudadanos libres en diferentes puntos del país, tomando al asalto los colegios electorales donde tenían que votar el president, el vicepresident y los miembros del Govern, retirando urnas por la fuerza y con violencia, la represión del Estado ha conducido España en tan solo unas horas al pasado más negro que algunos creíamos de buena fe hasta hace muy poco tiempo que había quedado atrás. La democracia española ha dado en la jornada de hoy un salto al vacío y el Estado ha precipitado a los españoles de bien a la vergüenza global. La España de la paella y de los toros tiene desde ahora también un policía español llevándose un material tan peligroso como una urna y sacudiendo catalanes. La España del ¡A por ellos, oe,! ¡A por ellos, oe!  es hoy desde hace demasiado tiempo la propuesta del Estado a Catalunya y por eso Catalunya se ha ido.

La dignidad de un pueblo tozudamente alzado frente a la represión y la violencia policial quedará para siempre en la retina de los catalanes, piensen lo que piensen y voten lo que voten. He estado durante las primeras horas de la jornada en los colegios y he visto imágenes dantescas de violencia que nunca pensé ver en una jornada electoral. Pero también he visto la ilusión y la resistencia, ancianos y jóvenes cerrando el paso a la policía codo con codo, en el centro de Barcelona pero también todos sus barrios, desde Pedralbes a Nou Barris, convertidos en un fortín de democracia. Imágenes de toda Catalunya con miles, decenas de miles, de ciudadanos protegiendo colegios electorales; jóvenes encaramados a un muro dando instrucciones de votación y una multitud en la calle aplaudiendo. Algunos incluso llorando. Ambulancias llevándose heridos por agresiones de la policía y una señora de edad avanzada explicando con una extraña sensación de rabia y de sorpresa que nunca pensó que volvería a correr delante de los grises.

Que nadie se engañe: de lo que ha acontecido este domingo en muchas ciudades de Catalunya no hay dos culpables, dos responsables. Solo hay uno. Unos tenían las urnas y otros tenían las armas. Y por mucha posverdad que se haya introducido en el lenguaje español, los medios de comunicación españoles no podrán ocultar lo que las televisiones de todo el mundo y los medios digitales de cinco continentes hace horas que están emitiendo. Unos se han querido sentar a negociar un referéndum y otros solo han buscado la humillación. Desde aquel septiembre de 2005 en que el Parlament aprobó el Estatut; desde que el Congreso de los Diputados lo recortó con aquella terrible frase de Alfonso Guerra de "nos hemos cepillado el Estatut"; la sentencia del Tribunal Constitucional en 2010 que propiciaron el PP y el PSOE y de la que hoy nadie parece hacerse responsable; y siete años, ¡siete!, de un desprecio absoluto a lo que sucedía en Catalunya. Creyéndose la cantinela de que todo era un suflé organizado desde los despachos oficiales y empujado por la burguesía. ¡Ay, si supieran de las miserias y la influencia de todos esos a los que tanto escuchan! Aquí los han llevado.

Una España en blanco y negro, unas élites españolas de puertas giratorias y negocios muchas veces inconfesables ha tratado en beneficio propio de aguantar ficticiamente el cadáver del régimen del 78. Pero ha habido también, más allá del gobierno español, responsables de la violencia policial en Catalunya. Esos que salían dando respaldo a cualquier medida que llevara a cabo, desde Pedro Sánchez a Albert Rivera y desde Miquel Iceta a Inés Arrimadas. Desde la totalidad de la prensa de Madrid a los dos diarios más importantes de Catalunya. Ninguno de todos ellos puede ahora ponerse de perfil con la actuación policial. Han tenido tiempo para ello y lejos de denunciarlo han impulsado, avalado o aceptado la represión.

Catalunya no ha sido aplastada. El independentismo no ha perdido la batalla. Su objetivo tiene hoy muchos más simpatizantes que unas pocas horas antes.