La convocatoria del president de la Generalitat, Carles Puigdemont, a los partidos receptivos con la celebración de un referéndum de autodeterminación en Catalunya, los sindicatos, las entidades soberanistas y diferentes colectivos del mundo asociativo, ha puesto de manifiesto, una vez más, hasta qué punto está desinformado el Gobierno español. Su reacción ante la cita en el Parlament es extemporánea para cualquier observador neutral mínimamente al corriente de como están las cosas en la política catalana.

Y eso, por dos motivos: había un acuerdo parlamentario al respecto tras el pasado debate de política general, para que la cita tuviera lugar antes de final de año -el día 23 cumple esta premisa-; y tampoco es verdad que su celebración sea una exigencia de la CUP, responsable de muchas cosas en la legislatura catalana -varias de ellas, negativas- pero en este caso ajena a la decisión de Puigdemont.

Lo que sucede es mucho más sencillo. A Puigdemont hay que tomárselo en serio y comete un error el que se queda tan solo con su carácter afable y dialogante. Resulta que los acuerdos que impulsa en el Parlament hasta la fecha los ha cumplido todos. Entonces, ¿por qué razón no habría de cumplir éste? Y lo mismo sucede con Oriol Junqueras, a quien desde el unionismo se trata de presentar como la parte más dialogante del actual Govern. Será mérito suyo o ganas de las fuerzas constitucionalistas por confrontarlo con el president. Pero es no conocer a Junqueras exhibirlo como un freno al referéndum.

Desde el año 2012, los sesudos analistas de la Moncloa han llegado tarde y mal al proceso catalán porque sus antenas en Catalunya han emitido señales siempre tardías y equivocadas. Tener un despacho en Barcelona no es sinónimo de buena información. Tanto como pensar que esta batalla, que es mucho más europea de lo que muchos creen, se puede ganar en Madrid. Y si no ya veremos dónde se concentran los movimientos en los próximos meses: intuyo que será en la opinión pública catalana y también en la internacional.