Barcelona ha vivido este viernes durante unas horas uno de los caos más grandes que se recuerdan en su aeropuerto, con esperas superiores a las dos horas para pasar el control de seguridad, con pasajeros que tenían dificultades para acceder a las instalaciones y con colas que seguían en la calle. Todo ello no fue fruto del azar. Ni de una causa sobrevenida, bien fuera técnica o natural. Los responsables tienen nombres y apellidos: la empresa Aena, aún más pública que privada, que según se indica en su presentación digital, es el primer operador aeroportuario del mundo en número de pasajeros.

Pues bien, el único problema de Aena a día de hoy es El Prat y el único problema de una de las empresas de seguridad con las que trabaja, Eulen, es El Prat. No es Eulen una empresa pequeña ya que opera en más de una veintena de aeropuertos, y en ninguna, sí, en ninguna, tiene conflictos laborales. Tampoco es una empresa a la que le falten contactos políticos, pues la hermana del presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, es su apoderada en Galicia —ha habido polémica en algunas adjudicaciones de la Xunta.

¿Por qué Barcelona y por qué ahora? Es obvio que el conflicto se ha dejado pudrir entre Eulen y los trabajadores. Pero Aena lo conocía desde hace semanas y debería haber mediado en el mismo. También el Ministerio de Fomento, siempre presto y diligente a la hora de lanzar promesas de inversiones en infraestructuras o en la photo opportunity de obras muy menores. Por si el Ministerio no lo sabe, el aeropuerto es una infraestructura del Estado y los ciudadanos que lo utilizan, preferentemente catalanes, pero en la globalización actual, de cualquier lugar del mundo, no se merecen lo vivido este viernes.

Ni se merecen el apagón informativo por parte del Gobierno español. Ni el silencio del Ayuntamiento de Barcelona y de quien no esté de vacaciones en el consistorio. Ni tampoco que se trate de hacer ver que es responsabilidad de todos, ya que la Generalitat está atada de pies y manos y solo puede tratar de mediar en el tema laboral. Ni el silencio de la Fiscalía a la hora de depurar si alguien ha cometido alguna ilegalidad dejando que el caos se llegara a producir, con el consiguiente escarnio que supone para la imagen de Barcelona. Eso sí que daña a la ciudad y aparece en los medios de comunicación del mundo entero. Pero a lo mejor ya se trata de eso. Porque las casualidades no existen.