Se ha cumplido esta semana el ecuador del mandato de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y ha pasado con el mismo tono gris con que han transcurrido los 24 meses que lleva al frente de la capital catalana. Las expectativas de cambio que despertó en mayo de 2015 la llegada de una fuerza política regeneradora desde la izquierda y con ideas nuevas de gobernanza han quedado en casi nada y lo único que ha emergido hasta ahora es que en realidad no había un proyecto político de ciudad diferente sino básicamente un cambio de partido al frente del gobierno municipal.

El principal fracaso de Colau ha sido la incapacidad para tejer alianzas que le garantizaran la estabilidad en el equipo de gobierno: primero humilló al exalcalde Xavier Trias, al que difícilmente habría ganado sin uno de los capítulos de la guerra sucia de la Operación Catalunya y en el que participaron comisarios y medios de comunicación de Madrid, que literalmente se inventaron en plena campaña electoral que tenía cuentas en Suiza. Ya siendo alcaldesa, Colau practicó una política implacable de ninguneo de Esquerra Republicana y su líder barcelonés, Alfred Bosch. Obviamente, los comunes tampoco podían cerrar acuerdos con PP y Ciudadanos. Y le quedaba tan solo el PSC, que hace unos meses se integró al equipo de Colau con Jaume Collboni. El resultado aritmético fue pasar de 11 a 15 concejales, aun muy lejos de los 21 necesarios para tener la mayoría de un consistorio formado por 41 ediles.

Si a ese déficit para tejer alianzas políticas -y que se ha traducido, por ejemplo, en la imposibilidad de aprobar los presupuestos- se añaden las dificultades para sumar a su proyecto los sectores económicos o sociales de la ciudad, desde el hotelero al turístico, pasando por el gremio de la restauración o el comercio, por citar solo algunos, o su fracaso en episodios culturales no tan lejanos como el Born o en la negociación con los trabajadores de servicios públicos como en el caso del metro, es normal que su balance sea pobre. A ello habría que añadir la ausencia (seguramente buscada) del ayuntamiento en conflictos que han repercutido negativamente sobre la imagen de Barcelona, como el reciente caos del aeropuerto. En definitiva, mucho ruido y pocas nueces a la espera de que los 24 meses que restan sean mucho mejores que los transcurridos.