Tres días después de los atentados de Barcelona y Cambrils y sin nuevas noticias especialmente destacables en el terreno policial, vale la pena recopilar los aspectos más destacables desde la tarde del jueves 17 de agosto, que se podrían concentrar en puntos.

En primer lugar, si en aquellas primeras horas se afirmaba ya que la ciudadanía, los profesionales directamente afectados y el Govern habían estado a la altura de una tragedia descomunal, nada de lo manifestado debe corregirse, ni matizarse. Al contrario, a medida que pasan las horas un legítimo sentimiento de orgullo es más que perceptible. Aunque suene a tópico, Catalunya ha dado lo mejor de sí misma y ha demostrado estar preparada. Todos aquellos que decían maliciosamente que en Catalunya solo se trabajaba por la independencia se han dado de bruces con la realidad: profesionales de todos los ámbitos han respondido con celeridad, eficacia y acierto. A partir de ahora, bromas, las justas.

En segundo lugar, los Mossos. La policía catalana se ha hecho mayor de golpe. Ningún cuerpo de seguridad ha sido tan denigrado desde Madrid como la policía catalana. Se han regateado de manera indecente los agentes que hacían falta, se le ha impedido estar presente en mesas de intercambio de información internacional, se la ha querido presentar como una policía nacionalista y muchas cosas más. Lo mismo sus responsables políticos, desde el conseller Joaquim Forn hasta el director general Pere Soler. Ambos eran literalmente masacrados por la oposición en el Parlament y por la prensa escrita en Madrid cuando fueron nombrados el pasado mes de julio por su claro posicionamiento independentista. No es que no tuvieran los clásicos primeros 100 días antes de cualquier balance, sino que antes de los 100 primeros minutos ya se pedían dimisiones. Desde entonces, silencio. Ahora, más. La policía de Nueva York elogiando específicamente la respuesta de los Mossos y la influyente periodista madrileña María Ramírez señalando que en todos los atentados que ha cubierto en Estados Unidos y en Europa no recuerda un caso en que las autoridades hayan informado tan bien. Son dos ejemplos, pero se podrían citar muchos más.

En tercer lugar, la reacción del Estado. Si dejamos aparte el voluntarioso papel del delegado Enric Millo, el Estado ha reaccionado como el paquidermo que es. Tarde y con lentitud. El primer día Rajoy no viajó a Barcelona hasta siete horas después del atentado; el ministro del Interior, José Ignacio Zoido, llegó literalmente a la carrera, de madrugada, a la reunión de la Delegación del Gobierno; Soraya, no se sabe con precisión si aquella misma noche o en la mañana del viernes; el Rey, a última hora de la mañana y la Reina, el sábado. En el furgón de cola, el curioso ministro de Exteriores, Alfonso Dastis, que hasta este domingo no se le ha visto por Barcelona y eso que estos días han pasado sus homólogos de Alemania, Francia y Portugal, que han sido recibidos por el conseller Romeva. Este domingo, en cambio, Dastis se abrazaba al titular de exteriores italiano, seguramente para paliar críticas. De una manera menos ostensible, aparecía Angelino Alfano depositando una corona de flores con el president Puigdemont en La Rambla.

En cuarto lugar, la prensa. Los medios de comunicación escritos y no escritos de Madrid y algunos escritos de Barcelona han tenido, en algunos aspectos, una actitud sencillamente miserable. No todo vale siempre y mucho menos después de un atentado. En la historia de estos últimos días está concentrado más odio y mentiras que en décadas de conllevancia. Una pena. Y, lamentablemente, un aviso de lo que vendrá. Y de lo que hace tiempo que está viniendo.

En quinto lugar, la mirada internacional. En términos generales, exigente pero elogiosa. La gran mayoría de los medios de comunicación del mundo entero no entienden de miserias domésticas y solo quieren saber qué ha sucedido y evaluar si la respuesta que se está dando es la correcta. Nota alta, en general, y algunas informaciones que deberían preocupar en Madrid, si es que quieren saber cómo se ve más allá de la Cibeles. No hace falta llegar al extremo del The New Yorker poniendo a Puigdemont como ejemplo para Trump, pero muchos artículos han destacado el carácter inclusivo de todos los discursos del president catalán.