El Acantilado publica esta semana Cada día es del ladrón, una crónica de uno de los autores emblemáticos de la nueva literatura africana, Teju Cole (1975). En esta obra Cole explica su viaje a Nigeria después de muchos años de ausencia. Y, a través de este viaje, analiza su identidad, ubicada entre dos continentes: América, donde ha estudiado y trabaja, y el África de sus orígenes. Una historia de no ficción, que incluso va acompañada de algunas fotografías del viaje del autor, que es también un buen fotógrafo (la lástima es que las fotos no están bien editadas, y aportan poco valor adicional al texto).

Dificultades continuas

Teju Cole decide volver a la tierra donde ha crecido, Nigeria, después de pasar quince años en Estados Unidos. Y el retorno no le resulta nada sencillo: sólo los trámites para renovarse el pasaporte nigeriano representan una epopeya que lo conduce de retorno a una inmersión en la corrupción y a una sensación de sumisión que había olvidado. A partir de este momento todo será complicado, todo será difícil: desde la recogida del equipaje en el aeropuerto, a un viaje en transporte público, pasando por la simple compra de un libro. Cole sufre incomodidades, se siente amenazado, es intimidado, se entera de historias escalofriantes... El entorno no puede ser más desolador: la fotografía de la portada, obra del propio Cole, representa un nigeriano tras un cristal roto, y refleja muy bien el contenido de la obra. "El aire quema y está cargado de fantasmas y de olor a queroseno", escribe Teju Cole para explicar su poco afortunada llegada a Nigeria.

El infierno

Lagos, con diez millones de habitantes, es una de las grandes ciudades africanas. Es un gran polo económico, musical, periodístico... La metrópolis es considerada como una de las "capitales del color" (las grandes ciudades africanas, como Duala, Dakar, Kinshasa, Ciudad del Cabo...). Pero vivir en Lagos es difícil. Los problemas que se encuentran no son simples contratiempos: en el viaje a Nigeria Teju Cole se encuentra de cara con la muerte. La muerte, que en los Estados Unidos se oculta y es reservada a los viejos y a algunos otros ciudadanos con mala suerte, en Lagos te puede esperar a la vuelta de la esquina: por asaltos, por enfermedades, por accidentes... No se está seguro en ningún sitio. Este libro transmite la idea de que allí es muy fácil morir. Cole define Lagos, finalmente, como "el infierno". Y en un momento determinado del viaje, tras muchos dilemas, llega a la conclusión que no volverá a vivir en la ciudad. Nunca. De ninguna manera. Y asume que lo mejor que puede hacer por sus amigos nigerianos es intentar ayudarlos a escapar del país. Ha perdido la fe en la mejora de Nigeria.

Historia de un extrañamiento

Teju Cole no intenta esconder la dificultad que le supone integrarse en Nigeria: "He asimilado algunos supuestos de la vida occidental y vuelvo como extranjero". En el texto no acaba de quedar claro si Nigeria ha cambiado mientras Cole estaba fuera, o si ha sido Cole el que ha cambiado con su estancia en el extranjero. En realidad, no es que Cole se sienta norteamericano, sino que tiene problemas graves para identificarse con un territorio: "La palabra hogarme sabe a comida extranjera". Justamente, una de las mayores virtudes de Cole es este reconocimiento de sus dificultades identitarias y el rechazo a cualquier esencialización.

En busca de una esperanza

Todo conduce en Cole hacia el pesimismo, pero él no renuncia a buscar un "rayo de luz" que lo reconcilie con el país. Varios capítulos se dedican a pequeños hechos que le abren una esperanza hacia el futuro del país: una tienda de discos con un gran fondo musical, un buen conservatorio donde se aprende música clásica, o, simplemente, una chica que lee un libro interesante en una furgoneta-autobús. Y, a pesar de todo, cuando se eleva el avión que ha de llevarlo de vuelta a Estados Unidos, Cole no puede reprimir el deseo de quedarse en el África: "Todavía no hemos partido y ya hay alguna cosa que me atrae de vuelta a esta ciudad, a este país". Confiesa sentir una contradictoria "atracción elemental" por la tierra que lo vio crecer.

Traductor de realidades

Teju Cole no es un autor que se presente como portavoz del africanidad, sino más bien lo contrario. Cole se reivindica como una bisagra entre África y Occidente. Desde su conocimiento de los códigos occidentales, quiere interpretar la realidad africana, con una mirada sorprendida (porque redescubre el país), pero al mismo tiempo experimentada (porque en el fondo conoce el mundo que describe porque ha crecido en él). Cole, por la novedad que le supone el viaje, se hace preguntas sobre Nigeria que no se hacen los locales: se pregunta sobre la legalidad, sobre la honradez, sobre la pobreza, sobre la dignidad... Tiene un bagaje personal que le permite interpretar con finura la realidad nigeriana, y lo hace desde el amor hacia un país que ama. Por todo eso, Cole es un maestro a la hora de explicar África al público occidental. Cada día es del ladrón es un libro, sencillo y sin grandes pretensiones, que puede ayudar a aquellos que tengan curiosidad por África a aproximarse a la realidad de este continente.

Teju Cole, de explicar Nueva York a explicar Lagos

Teju Cole nació en Nueva York en 1975 y de bebé se trasladó a Nigeria. A los diecisiete años se fue a estudiar a Estados Unidos. Y después de acabar sus estudios se quedó en vivir en Norteamérica. Trabaja como historiador del arte y como profesor de escritura. En 2011 publicó su primera obra, Open City (Ciudad abierta). En esta novela retrataba la vida de un joven psiquiatra nigeriano que se paseaba de forma incansable por Nueva York, y a través de este personaje presentaba al lector esta ciudad. Open City, que es, en cierta forma, el reverso de la moneda de Cada día es del ladrón, tuvo un gran éxito de público y de crítica.