Muchos de nosotros la primera vez que oímos hablar de las primeras civilizaciones peninsulares fue en la escuela. Durante décadas el sistema educativo español consagró el "celtiberismo". Elevado a la categoría de "dogma de fe". Los íberos –que procedían del norte de Africa– se encuentran con los celtas –que eran originarios del centro de Europa. Y del feliz encuentro nace el celebrado mestizaje celtibérico. La pretendida originalidad hispánica y el falso mito de la patria común que clava sus raíces en la prehistoria. Nada más lejos de la realidad. Desde los años sesenta del siglo pasado la investigación arqueológica ha demostrado que la península Ibérica era –hace 2.500 años– un mosaico de pequeños reinos. Íberos, celtas y vascos. Una variedad étnica, cultural y política que también estaba presente en el territorio de la futura Catalunya.

¿Quiénes eran los íberos?

Los íberos no eran de origen africano. Hace 3.000 años –hacia el 1.000 antes de nuestra era– se produjo una gran emigración de tribus centroeuropeas hacia el Mediterráneo. Un largo viaje desde los bosques de las actuales Suiza y Baviera hasta las costas de los actuales Languedoc, Catalunya y País Valencià. Allí ya encontraron una población estable. Los indígenas. Gente que había llegado unos 4.000 años antes. De hecho el origen remoto de las dos comunidades era el mismo. El Oriente Próximo. Y la causa de su viaje, también. La revolución agraria –ahora hace 7.000 años– impulsó una dispersión formidable de gente hacia todos los rincones de Europa. La investigación arqueológica no ha podido –todavía– confirmar con certeza si este encuentro fue pacífico o no. El caso se que 500 años después de los primeros contactos ya se había producido el mestizaje.

Hacia el 500 antes de nuestra era, indígenas y centroeuropeos ya habían creado una cultura propia. Los íberos del norte. Los arqueólogos los llaman así para diferenciarlos de los íberos del sur, que en la misma época hicieron florecer a una civilización en el sur de la península. Con la diferencia de que los de los sur prácticamente no recibieron influencia de los centroeuropeos. Y su cultura era el resultado de una evolución propia y singular. En aquellos días, en el territorio de la futura Catalunya, había uno docena de naciones norteibéricas. La más poderosa –y la más numerosa– era la de los Ilergetes, afincada en las llanuras de Urgell, la Llitera y parte de la de Huesca. Se estima que eran unas 140.000 personas –más de la mitad de la población que habitaba el futuro territorio catalán. Una cifra que haría buena la metáfora "todos venimos de Arbeca" del escritor leridano Vidal Vidal.

Iltirta –que la mayoría de arqueólogos sitúan bajo la actual Lleida– era la capital de los Ilergetes. Las fuentes antiguas –las de los viajeros griegos– la mencionan como la ciudad más populosa del cuadrante nororiental peninsular. Se estima que podría haber albergado una población de entre 5.000 y 10.000 habitantes. Un potente foco de irradiación cultural. El París de los íberos. En cambio, Emporion –la actual Empúries–, fue fundada –sobre una antigua isla– por los griegos, que en aquellos días estaban ligeramente más adelantados. Pero, progresivamente, se convirtió en una ciudad multicultural. Era un centro de mercado. Y a los griegos se añadieron los íberos del norte y los etruscos antepasados de los romanos –que se asentaron, unos y otros, en la parte continental. Se estima que, en conjunto, podría haber albergado unos 5.000 habitantes. Un potente foco de irradiación tecnológica. El Nueva York de los íberos.

¿Quiénes eran los celtas?

Mientras florecía la cultura ibérica, el centro y el este de Europa vivían una época de guerras mortíferas y desplazamientos violentos. El crecimiento de población no había sido acompañado del crecimiento de recursos alimenticios. La vieja teoría de Malthus. Y las tribus más débiles demográficamente tuvieron que emigrar hacia el sur. Cabe el 400 antes de nuestra era los pueblos celtas llegaron al Mediterráneo Cuando entraron en contacto con los íberos del norte se produjo un choque. En el transcurso de 500 años la historia los había hecho diferentes. Los arqueólogos tampoco han podido averiguar con certeza el grado de violencia de aquel encuentro. Lo que sí sabemos es que se convirtieron en mayoría en el Languedoc y en algunas comarcas de la Catalunya norte y central.

Pero la cultura norte ibérica –el resultado del mestizaje entre indígenas y los primeros emigrantes centroeuropeos con las aportaciones de griegos y de etruscos– era más potente. Y se acabó imponiendo. Hacia el año 200 antes de nuestra era –pasados dos siglos– el sistema cultural (la lengua y la escritura) era prácticamente lo mismo en toda la línea de la costa entre las actuales Nimes y València. Y en el valle bajo del Ebro entre las actuales Amposta y Zaragoza, con las llanuras de Vic, Lleida, Huesca y la sierra del Moncayo. Un mapa que, curiosamente, prefigura de forma bastante aproximada los territorios que –inicialmente– formaron la Corona Catalano-Aragonesa. 1.300 años más tarde. Cosas de la historia. Y, muy probablemente, del reconocimiento de una base cultural común que clavaba sus raíces en la etapa anterior a la romanización.

No obstante, no hay nada que apunte hacia una unidad política. En aquellos días, el territorio de los íberos del norte –con la aportación última de los celtas– estaba dividido en más de una veintena de reinos. Independientes. El hecho cultural –el norte ibérico– era el denominador común. Sin embargo, aun así, unos eran de cultura netamente norte ibérica; otros lo eran de cultura norte ibérica matizada con influencias célticas y de otros de cultura norte ibérica fuertemente helenizada. Unos que gravitaban hacia la atracción que ejercía Iltirta. Y de rebote –en ocasiones– aliados de Cartago (la superpotencia de Annibal y sus elefantes). Y otros que gravitaban hacia Emporion. Y también de rebote en ocasiones aliados de Roma (la otra superpotencia en conflicto). Los arqueólogos únicamente han podido constatar una unidad cultural, y una gran diversidad política y social.

¿Quiénes eran los vascos?

Los vascos son los pobladores más antiguos de la península. Incluso del continente europeo. Son la evolución del hombre de Cro-Magnon. El primer europeo moderno. Hace 20.000 años, cuando los antepasados de los íberos del norte –con todas sus estirpes– y de los celtas campaban por el Oriente Medio y por las estepas del río Volga, los vascos ya estaban situados en los Pirineos. Desde la actual Andorra hasta el Cantábrico. Cuando se sedentarizaron ocuparon, también, las cabeceras de los ríos pirenaicos. En el territorio de la futura Catalunya, la de las Nogueras (la Pallaresa y la Ribagorçana) y el Garona. Este hecho vino causado por un fenómeno que los arqueólogos denominan "iberización del pueblo vasco". El contacto, primero con los indígenas pre-ibéricos y después con el mundo norte ibérico, les llevó a adquirir su sistema económico: la agricultura y la ganadería.

Pero no la lengua. Los vascos siguieron utilizando su lengua: el proto-euskera. Y lo hicieron durante mil quinientos años más. Los pueblos del cuadrante noroccidental de la futura Catalunya (la zona que hoy corresponde al país de Arán y a las comarcas de los Pallars y la Ribagorça) resistió mucho tiempo la iberización como la romanización del territorio. Si bien es cierto que los pequeños centros urbanos actuaron como cuñas de penetración de las lenguas ibérica primero y latín después; el carácter disperso de su poblamiento –era y es una zona muy ruralizada– contribuyó a preservar la lengua ancestral. Hasta hacia el año 1000 –mil quinientos años después de la iberización y mil después de la romanización– el latín vulgar (el catalán en la vertiente sur y el gascón en la vertiente norte) no se empezó a imponer.

La romanización hizo tabla rasa con toda esta variedad cultural y lingüística. La brutalidad romana, materializada en la sumisión, la esclavización y la deportación de las naciones que les plantaron cara, alteró sustancialmente el mapa ibérico de aquella Catalunya –que todavía no lo era– del año 0. Sorprende el derrumbe repentino del mundo ibérico. Pero también sorprende la resistencia de ciertos elementos. El latín vulgar que surgió llevaba un sustrato norte ibérico diferencial que se convirtió –en origen– en el catalán-occitano. Y el sustrato proto-euskera, le dio una fonética característica que es el origen del dialecto occidental. También cultural. El umbral de las casas antiguas de la Ribagorça, las de la centuria de 1600, conservan la inscripción "Gara, gara, gara" que en proto-euskera significa "Somos, somos, somos". El equivalente al "Som i serem" catalán.